Valor característico de los síntomas del Dr. C. M. F. VON BOENNINGHAUSEN

Con el título de “VALOR CARACTERÍSTICO DE LOS SÍNTOMAS”, BOENNINGHAUSEN publicó en “LA HOMEOPATÍA BELGA” nº 6 de 1859 un artículo que, salvo algunos errores contra la homeología, es una verdadera obra maestra. Es digno de la más seria meditación, y lo reproducimos aquí íntegramente. En el mes de septiembre del año 1856, tuvo lugar en Bruselas, el gran Congreso de Homeopatía. Desgraciadamente, Alemania estuvo débilmente representada en esta solemnidad. En la última sesión de esta asamblea, los discípulos de Hahnemann hicieron varias proposiciones que fueron desechadas: la que hice a mi turno fue aceptada; se propone un asunto a concurso y se indica un término de dos años para resolverlo. Se publica el tema de este concurso en los diarios de homeopatía: se pedía un estudio sobre el valor característico más o menos grande de los síntomas que acompañan las enfermedades, que pueda servir de punto de partida y de regla para la elección de los medicamentos. El derecho de respuesta no fue circunscrito a Bélgica o a Francia, sino que fue para todos los hombres de ciencia y de talento pertenecientes al mundo médico, y se declaró que este trabajo tendría una gran importancia. Esta cuestión no fue resuelta sino hasta hoy (tres años después), a pesar del aumento siempre creciente de la literatura homeopática. Este silencio sumido más allá del término asignado, parece justificar la suposición de que la resolución que se pedía había encontrado serias dificultades. Sin embargo, en la práctica, todo médico homeópata está obligado en todo tiempo a conocerla o resolverla. Se podría encontrar como inconveniente, que después de haber propuesto yo mismo el tema de concurso, me presente como concursante. Lo que el Órganon enseña a este respecto, contiene ciertamente el punto capital como respuesta a esta cuestión, y se comprende por esto mismo, que merece citarse aquí, ante todo. Este pasaje se encuentra en el parágrafo 153. He aquí el contenido: “Al buscar un remedio homeopático específico, es decir, en la comparación de la totalidad de los signos de una enfermedad natural con el conjunto de las virtudes de los medicamentos conocidos con el objeto de encontrar entre ellos un caso de enfermedad artificial correspondiente al caso de enfermedad que se quiere curar, los signos y síntomas particulares, extraordinarios, originales y singulares (característicos), deben sobre todo tomarse en seria contemplación. Porque es particularmente a éstos, por muy semejantes, los que deben corresponder en la línea de los distintivos del remedio buscado, para que sean propios para curar. Los índices habituales y ordinarios, tales como falta de apetito, dolor de cabeza, laxitud, trastorno del sueño, malestar, si no son de una naturaleza excepcional, no merecen sino poca atención a causa de su banalidad y de su falta de precisión. Se encuentran casi en todas las enfermedades y acompañan casi a todos los remedios “. Se ha dejado a la apreciación del médico juzgar lo que debe entenderse por síntomas particulares, extraordinarios, originales y singulares. Es muy difícil hacer un comentario a este respecto que no sea ni muy prolijo y por consiguiente poco fácil de comprender, ni muy incompleto para encontrar su aplicación en todos los casos. Me parece que esta es la razón por la que nuestra literatura no posee todavía ninguna obra de este género. Lo que Hahnemann cita en los parágrafos 86 y siguientes del Órganon, no contienen sino ejemplos sin orden sistemático y por esto son poco apropiados para que se graven en la memoria, lo que, sin embargo, es de la mayor importancia en esta ocasión. Después de haber buscado vanamente un punto de partida conveniente a esta ocurrencia, en los escritos homeopáticos como en las producciones alopáticas de nuestra época, recuerdo de la Edad Media, cuando se ponían con gusto las máximas en verso para ayudar a la memoria. El mundo científico del presente conoce, por ejemplo, la dieta de la Schola Salemitana escrita en versos latinos al principio del siglo XII. Se dice que fue hecha por Johan, de Milán, del cual se citan fragmentos en nuestros días. Pero si yo no encuentro nada aquí para el caso que nos ocupa, me parece haber encontrado alguna cosa de utilidad en los autores de otra doctrina. De la misma época casi, data un exámetro de construcción poco pulida que proviene de los teólogos escolásticos; indica de una manera completa y muy concisa los momentos según los cuales puede juzgarse una enfermedad moral. He aquí ese verso: ¿QUIS? ¿QUID? ¿UBI? ¿QUIBUS AUXILIS? ¿CUR? ¿QUOMODO? ¿QUANDO?
Las siete palabras indicadas en esta fórmula parecen contener todos los elementos necesarios e importantes para componer el cuadro completo de una enfermedad. Que se me permita añadir algunas observaciones, con el deseo de que este verso, que no sirve a los teólogos, pueda grabarse en la memoria de los homeópatas para que lo pongan en práctica.
1º: ¿QUIS? Se comprende por sí mismo que la personalidad, la individualidad del enfermo debe encontrarse encabezando el cuadro de la enfermedad, porque es lo que indica la disposición natural. Es necesario, desde luego, comprobar el sexo y edad, la conformación del cuerpo y el temperamento, así durante los días de buena salud, como durante la enfermedad, para ver si en esta última se ha producido un cambio notable. Lo que no difiere del estado natural en todas estas particularidades, no merece sino poca atención, pero todo lo que difiere de una manera sorprendente o singular, debe ser anotado con el mayor cuidado. Las diferencias más grandes y más sorprendentes se encuentran aquí en la situación del espíritu y del alma. Deben ser examinadas, tanto más cuidadosamente, cuanto que ellas son no solamente muy salientes, sino que también se presentan con más rareza, y por consiguiente, no corresponden sino a muy pocos remedios. En todos estos últimos casos, se tiene tanta mayor razón para comprobar estos estados con la mayor exactitud y la mayor claridad posible, que con mucha frecuencia, los sufrimientos corporales colocan en segundo término, y por esta razón ofrecen puntos de partida para hacer una elección exacta entre los medicamentos concordantes. En su parágrafo 104, el Órganon, impone a todo homeópata la obligación de hacer un cuadro completo de toda enfermedad por medio de anotaciones escritas. Aquellos que han adquirido cierto hábito, siguiendo esta recomendación, sabrán pronto satisfacer esta exigencia y adquirirán, poco a poco, una penetración médica tan grande, que de un golpe de vista reconocerán todos lo síntomas de la enfermedad; este don les será cada vez más útil. Porque así todo hombre representa un ser individual, diferente de otro, y como todo remedio debe corresponder exactamente según la importancia de los efectos que produce en aquellos que son de buena salud, así ya desde este primer examen sobre la primera cuestión: ¿QUIS?, un gran número de medicamentos son retirados, porque no corresponden a la personalidad el enfermo. La individualidad intelectual y moral del enfermo, proporciona, en este caso, la más justa, casi la única indicación para la elección de la medicina, aquí donde se trata de afecciones de espíritu y del carácter (corazón), y la mayor parte del tiempo los desórdenes en los dos están tan estrechamente ligados, que los síntomas de uno no reciben su carácter completo y decisivo sino por los síntomas del otro. Aunque desde el principio Hahnemann ha reconocido la importancia de estos puntos, no ha comprendido en toda su extensión, la necesidad de ponerlos en concordancia sino mucho más tarde; entonces reúne los signos pertenecientes a uno y a otro. Desde los primeros ensayos para su tratado de las enfermedades crónicas, unos formaban el principio, los otros el fin de la línea de síntomas. El nuevo arreglo es, indudablemente, el mejor: nosotros lo reconocemos también en las mejores obras de materia médica. Muchas cosas pertenecen a este término (¿QUIS?), pero conciernen a la individualidad corporal, y representan, de alguna manera, la imagen del enfermo; han sido clasificados en los escritos ya mencionados, bajo la designación de generalidades. Sería de desear, y esto facilitaría mucho la aplicación, que se descartara todo lo que pertenezca a este punto, para reunirlo en una categoría especial, tal vez bajo la designación de: cosas individuales o personales, de manera que, las indicaciones corporales presenten un cuadro separado, como se ha hecho ya, en relación con la inteligencia y el carácter.
2º: ¿QUID? Se comprende que en esta cuestión se trata de la enfermedad, es decir, de su naturaleza y de sus particularidades. Hay una regla, un axioma imposible de impugnar: es necesario reconocer el mal a fondo para poder aplicar el remedio eficaz. Que se llegue a veces a curar un mal sin haberlo reconocido, contradice tan pronto esta máxima, que esta variedad puede presentarse, fuera de toda previsión que conduce a bien o a mal una cosa, sin que la nueva voluntad o el saber médico, tengan la menor parte. Pero al axioma anterior, conviene necesariamente oponerle otro aquí, en que se trata de aplicación, y esta última máxima no es ni menos justa, ni menos verdadera, es decir, que es necesario conocer y poseer los remedios que tienen las virtudes necesarias para venir en ayuda contra el mal reconocido. Allí donde falta éste, el primer estudio no sirve para nada. Desde Hipócrates, es decir, desde hace más de 2000 años, ha habido grandes adelantos respecto al primer punto, y sobre todo, desde el último siglo hasta nuestros días, podemos jactamos de haber hecho inmensos progresos. El padre de la ciencia médica había reunido sus preciosos materiales por la vía de la observación y de la experiencia; después de él, se abandonó esta vía, pero en los tiempos modernos se ha vuelto a ella. Nuestros contemporáneos tienen una inmensa ventaja sobre sus antecesores. Los trabajos de éstos han ampliado el horizonte; otro beneficio resulta de los impulsos que las ciencias auxiliares de la medicina, la química, la anatomía y la fabricación de los instrumentos de física, han hecho; todos estos conocimientos han sido explorados con cuidado y con asiduidad. Por eso la fisiología y el diagnóstico de las enfermedades han alcanzado una perfección que era desconocida en los siglos precedentes. El único obstáculo con que tropieza todo homeópata, es que para su método, todas estas ciencias son tratadas de una manera muy vaga, y casi siempre se describe y se explica con un mismo nombre, afecciones que difieren mucho entre sí, y exigen para su curación, remedios muy diferentes. Una consecuencia inmediata de este hecho, es que la homeopatía no puede sino hacer un uso muy restringido, en relación al diagnóstico, perfeccionamiento del método curativo reinante, porque su manera de generalizar, excluye toda indicación precisa que señala el medicamento más conveniente. Como la materia médica antigua y como la nueva alopatía no contiene sino generalidades, resulta inevitablemente que el alópata más instruido, se encuentre aún al extremo de su ciencia cuando se trata de elegir el remedio, de manera que cada uno de ellos ordena cosas diferentes, y se ve casi continuamente forzado a mezclar diferentes ingredientes para conjurar los distintos síntomas. Los detalles de esta consideración, encontrarán un lugar más conveniente en este corto ensayo, a medida que las otras cuestiones sean aclaradas. No puedo mencionar aquí, en respuesta a la cuestión que nos ocupa, sino lo que sigue: A— Que el diagnóstico más escrupuloso, el más severo de la especie de enfermedad, proporcionado por los mejores tratados de patología (alopática), jamás puede bastar a la homeopatía para hacer la elección del medicamento con seguridad para el caso presente, y B— Que puede servir además (casi siempre), para excluir de la concurrencia, todo ingrediente que parezca no corresponder al carácter de la enfermedad, y parece más bien ejercer influencia sobre otras partes del organismo vivo.
3°: ¿UBI? El lugar de la enfermedad, en alguna forma, toma parte en la cuestión precedente; merece, sin embargo, tomarse en consideración separadamente, porque da una indicación característica, y porque cada medicamento obra más directamente y con más fuerza sobre cierta parte de la organización. Estas diferencias se observan no solamente en las afecciones indicadas con el nombre de locales, sino también en aquellas comprendidas en un nombre genérico, y que afectan a todo el cuerpo, como por ejemplo, las afecciones gotosas o reumáticas. Es muy raro, yo diría que no sucede jamás, que todas las partes del cuerpo sean afectadas con el mismo grado; puede ser que esta diferencia sea mayor a la derecha o a la izquierda, o que dolores se presenten cruzados. El cuidado de concordar con las partes o lugares es tan necesario, tan indispensable, como el conjunto al cual pertenecen sea mayor, y no está indicado en los alópatas sino con esas generalidades de que gustan tanto. Indicaciones como el dolor de cabeza, dolor de ojos, de dientes, de vientre, etc., no pueden contribuir en nada para la elección de un remedio, no pueden, aún cuando la naturaleza de los dolores está indicada. Se comprende, sobre todo para las afecciones locales, que es urgente individualizar el IJBI con exactitud. Todo homeópata sabe por experiencia, cuánta dificultad hay, por ejemplo, para curar los dolores dentarios, para elegir el remedio que según los ensayos sobre las personas sanas, ha probado su acción sobre el diente que hace sufrir. Entre los hechos más extraordinarios y más concluyentes en este sentido, debemos citar, particularmente, los abscesos sobre las articulaciones de los dedos de la mano o del pie, que son muy tenaces bajo el tratamiento alopático; con mucha frecuencia tan serios, que hasta la amputación se hace necesaria, y algunas veces esto último no sirve de nada, pues yo he tenido conocimiento de dos casos en que esta afección tuvo un resultado fatal. Los abscesos de las articulaciones no se distinguen en nada de otros abscesos, sino por el sitio en que se producen. Todos los homeópatas conocen la virtud específica de la sepia, tomada interiormente, sin tratamiento exterior, cuando los demás remedios que corresponden mejor para los abscesos en otras partes del cuerpo, permanecen sin efecto. Si Hahnemann y sus primeros discípulos hubieran conocido tan bien, como nuestros jóvenes médicos, las leyes de la auscultación y de la percusión así como el uso del estetoscopio y del plexímetro, los hubieran usado en el hombre sano para apreciar por medio de los remedios dados, los límites de las afecciones internas. En las enfermedades pulmonares, por ejemplo, hubieran encontrado las indicaciones para ciertos remedios y no se hubieran limitado a estas vagas designaciones: arriba, abajo, a la izquierda, a la derecha. Sería esto una hermosa tarea par los ensayos de nuestros contemporáneos, llenar las lagunas en este sentido y, contribuirían con esto poderosamente al enriquecimiento y a la ampliación de nuestra materia médica. Esto sería infinitamente mejor que comprobar siempre los síntomas ya conocidos y descubrir otros que, casi siempre, carecen de importancia. Después de todo esto, los alópatas están obligados a admitir que la delimitación exacta de la parte enferma, si es importante en relación al diagnóstico, no es de ningún uso para la terapia alopática, porque esta escuela desconoce, en este sentido, la virtud especial de cada medicamento. Ninguna materia médica alopática nos da la explicación de que tal medicamento afecta más bien el lóbulo anterior o el posterior del hígado, o la parte inferior o superior de los pulmones, y que según esto, debe aplicarse el remedio. Si nosotros homeópatas, ignoramos aún la esfera de acción de muchas sustancias medicinales, conocemos, sin embargo, la de otras muchas, y por lo que nos falta, encontramos una compensación en otros síntomas que deben corresponder al remedio, o al menos, no pueden presentar signos contradictorios. Según esto, reconociendo todo el valor de las invenciones modernas, encontramos que es menor bajo la relación terapéutica que bajo la relación pronóstica, para reconocer la extensión y la gravedad de la enfermedad. En fin, para esta cuestión, debe considerarse todavía el punto siguiente: que las indicaciones que se pueden descubrir por los medios mecánicos mencionados arriba, así como los cambios materiales que se presentan en ellos mismos a la observación, no representan jamás la enfermedad dinámica; no son el producto, y se desarrollan a medida que progresa la enfermedad. Si pues, y esto es posible con mucha frecuencia, los primeros síntomas se combaten con éxito con ayuda de los remedios bien elegidos, estas especies de desorganizaciones no pueden producirse, y sería imperdonable dejar que un mal se agrave al grado que en los estragos materiales sean apreciables con ayuda de los instrumentos artificiales. Es necesario mencionar esto, de paso, para demostrar de qué manera obra la homeopatía, y para probar que ella puede rechazar con indignación el reproche tan frecuentemente lanzado contra ella de que su acción es puramente expectante, y que deja crecer el mal hasta que los recursos vienen muy tarde. En las enfermedades epidémicas, la homeopatía emplea los remedios profilácticos de ella conocidos, que, solos, tiene el poder de curar el mal en cuestión, y no descuida jamás ordenar que pueden garantizar a protección del enfermo.
4º: ¿QUIBUS AUXILIS? Si el exámetro en cuestión hubiera sido escrito para nuestra doctrina, es probable que se hubiera escogido una expresión más apropiada, por ejemplo ¿QUIBUS SOCIIS?, o bien, ¿QUIBUS COMITIBUS? Pero el nombre es lo de menos, y está fuera de duda que esta cuestión comprende los síntomas acompañantes. Como en homeopatía el primer deber de la terapéutica es encontrar el remedio que corresponda, de la manera más perfecta, al conjunto de los síntomas, es evidente que este punto es de importancia y merece el examen más profundo. Cada caso de enfermedad ofrece en los signos reconocibles que presenta, un grupo más o menos numeroso de síntomas cuyo conjunto solamente da el cuadro completo. Este cuadro puede compararse a un retrato sin tener el derecho al epíteto de semejanza sorprendente, sino cuando todas las partes del original están reproducidas con fidelidad. No basta pues, representar la boca, la nariz, los ojos, las orejas, etc., como están conformados en los hombres y no como aquellos de otros animales. Pero como cada fisonomía tiene su tipo particular, que lo distingue de otro, es necesario representar todos los signos distintivos, y sobre todo, los rasgos más salientes, con la mayor exactitud. Si pues, para permanecer en la comparación, la nariz tuviera una forma, un color, un tamaño extraordinario, no bastaría representarla con la mayor exactitud, y agregar al azar los rasgos que la acompañan, sino también estos últimos, que son, por decirlo así, el marco, deben formar un conjunto con el primero como la realidad lo presenta a los ojos para que sea perfectamente semejante. Desde este punto de vista, es necesario examinar los males accesorios cuando se trata de designar el remedio según el precepto SIMILIA SIMILIBUS, y es evidente, por tanto, que los síntomas extraños, raros y singulares que son señalados, merezcan ser aclarados con mucho cuidado, de preferencia a otros más ordinarios, porque, principalmente, de ellos depende la semejanza en el cuadro. Se comprende naturalmente que el valor de los males accesorios es muy diferente en vista del fin propuesto. Sobrepasaría los límites de este ensayo, si quisiera enumerar y explicar en este sentido el conjunto de categorías a las que se podrían asignar los grados de valor diferente. Me limitaré pues, a citar en pocas palabras, algunas indicaciones más importantes. Desde luego, se podría también, en este caso, como ya lo hemos dicho en otra parte, pasar en silencio todos estos síntomas accesorios que se encuentran casi en toda enfermedad, al menos mientras que no se presenten con un grado de intensidad del todo extraordinario. Es lo mismo en todas las incomodidades que en el caso particular de enfermedad que se encuentra presente, lo acompañan constantemente, siempre, a menos que ellas no se produzcan de una manera singular, y ofrezcan, en este sentido, alguna cosa característica. Al contrario, es necesario examinar con cuidado todos los síntomas accesorios que: 1— Aparecen rara vez en relación con la enfermedad principal, y por consiguiente son raros también en estas condiciones en las experimentaciones de los medicamentos. 2— Aquellos que pertenecen a otra esfera de enfermedad y no de la afección principal. 3— Finalmente, aquellos que lleven las marcas distintivas de una medicina, cuando no hayan sido observados en las relaciones presentes. Si además, entre estas últimas incomodidades, se encuentra una u otra de alguna especie, que la naturaleza de un remedio refleje aquí clara y distintamente, y en consecuencia lo indique decididamente, adquiere con esto una importancia que sobrepasa la del síntoma de la enfermedad principal, puede considerarse como el que conviene mejor. Estos síntomas pertenecen ante los otros, a los que Hahnemann designa con los calificativos de particulares, extraordinarios, originales y singulares y que casi solos son examinados porque son los que principalmente dan a una enfermedad su carácter individual. Otra circunstancia que ilustra de una manera evidente el valor y la importancia de los sufrimientos accesorios, merece citarse aquí: es que el descubrimiento de varios remedios muy eficaces y hasta específicos contra diversas especies de alteraciones de salud, se deben, sin que a los otros síntomas atañen, solamente al género de enfermedad a que hayan contribuido; ellos no podrían ayudar, porque los signos evidentes, perceptibles, no podrían indicar suficientemente las particularidades, el carácter de la enfermedad. Por lo mismo, el sistema de las incomodidades accesorias ofrece, en otro sentido, más seguridad en el tratamiento de las enfermedades, a la homeopatía, comparativamente con la alopatía que comienza siempre por construir un diagnóstico frecuentemente engañoso de la enfermedad que, en circunstancias más favorables, no determina sino la especie, y busca combatir los sufrimientos accesorios importantes, mezclando al medicamento principal, para la naturaleza de la enfermedad, tal o cual ingrediente con el objeto, dicen, de satisfacer todas las indicaciones.
5º: ¿CUR? ¿por qué? Las causas de las enfermedades juegan un gran papel en los libros de patología, y con razón. En gran parte, no son sino ensayos de explicaciones y especulaciones que, para la terapia verdadera, y la curación de las enfermedades, casi no tiene valor y están descartadas en nuestra doctrina que busca el hecho práctico de las cosas. Las causas de la enfermedades se dividen en internas y externas, y esta división me parece la más lógica. Las causas internas tienen su origen particularmente en la disposición natural en general, que, en ciertos casos, se sobreexcita hasta el más alto grado de susceptibilidad (idiosincrasla). A las causas exteriores o causas accidentales, pertenece todo lo que puede producir una enfermedad, cuando existe una disposición natural para ello. La disposición general natural, también llamada causa primera (CAUSA PRÓXIMA), pertenece a la primera cuestión (QUIS) en vista de la individualidad del enfermo. Sólo porque es la consecuencia de otras enfermedades, o más bien, una modificación de la disposición natural originaria, pertenece a este capítulo, y merece algunas palabras explicativas. La cuestión presente debe preocuparse más exclusivamente de la causa accidental, porque es bastante importante para que sea discutida. Por lo que concierne a la disposición natural modificada por las enfermedades, ella depende de la naturaleza miasmática y crónica de estas enfermedades aún no borradas, entre las cuales, según las enseñanzas de Hahnemann, muchos homeópatas de nuestros días, cuentan aún la psora, la sífilis y la sicosis, o los restos y las consecuencias de enfermedades agudas, que si ellas no pertenecieran, como en este caso, al círculo de las enfermedades susodichas, formarían la clase tan numerosa de enfermedades medicinales o envenenamientos, donde las dos circunstancias se unen para arruinar la salud natural, y para formar una monstruosidad hecha enfermedad, muy difícil de combatir. Para el conocimiento y tratamiento de las enfermedades miasmáticas y sus complicaciones, Hahnemann mismo nos ha dejado la indicación más completa fundada sobre la experiencia de largos años, en su obra maestra sobre las enfermedades crónicas. La doctrina tan controvertida de la división de los medicamentos en psóricos y antipsóricos no debe preocupamos; basta saber que, según aquellos que han intentado la experiencia, los primeros sobrepasan mucho en eficacia a los últimos en estas especies de afecciones, y que Hahnemann no los ha excluído del uso en las enfermedades agudas. Las experiencias recientes nos han enseñado que de nuestras riquezas medicinales, otras deben tomarse en cuenta en esta categoría, de las que Hahnemann, en sü excelente obra, describe como tales. Nunca será tan lamentable que Hahnemann no haya podido cumplir la promesa que me hizo para escribir los cuadros de la sífilis y de la sicosis con esa exactitud y esa profundidad que él despliega en su obra ya mencionada, vol.I.p.58 de la segunda edición para la psora latente o manifiesta. Que se crea o no en la teoría psórica de Hahnemann, llamada así un poco por ironía, el práctico atento habrá ya encontrado casos en que un remedio elegido con acierto no produzca su efecto real y determinado, sino cuando ha sido precedido por uno de esos antipsóricos tan descritos, sobre todo el SULPHIJR, cuando había psora, o un antisifilitico, o un antisicósico, cuando había sífilis o sicosis anteriormente y no había sido curado de hecho. Además, es necesario confesar, que es una de las tareas más difíciles del médico, elegir un remedio conveniente, entre los antipsóricos, porque casi todos ofrecen los mismos signos, y cada uno tiene muy pocas indicaciones verdaderamente características. Este es un motivo más para que el homeópata estudie y compare esta serie de síntomas con la mayor paciencia para separar los granos de oro y atesorarlos para alguna ocasión. Los envenenamientos y las enfermedades medicinales se encuentran sobre la misma línea, lo cual no difiere en nada este asunto, referente a la pérdida de la salud por medio de alguna sustancia nociva al organismo. Los medicamentos, como los venenos, pertenecen a esta clase de sustancias. Naturalmente, es importante conocer en todos los casos, los medicamentos y los venenos que han sido empleados con el objeto de poderlos combatir con la ayuda de los antídotos conocidos. Los venenos simples son fáciles de reconocer con certeza en sus efectos. Para un buen homeópata, un solo asesinato por envenenamiento sería suficiente para reconocer a primera vista la acción del arsénico, mientras que ha habido más de treinta envenenamientos hechos por Gesina Timme, de Bréme, sin que los médicos alópatas hayan sospechado sino hasta que la hubieron sorprendido en flagrante delito. Es mucho más difícil juzgar las enfermedades medicinales, porque rara vez, o jamás se da el medicamento solo; casi siempre se administra mezclado a otros, y por consiguiente, no puede reflejar en sus consecuencias una imagen clara y de contornos fijos. Si pues en el primer caso, es deseable saber lo que se ha hecho al ver las recetas prescritas anteriormente, en el segundo, resulta muy urgente. Como esto puede tener una gran importancia para la prosecución del tratamiento, algunos homeópatas tienen en su agenda una indicación especial para el efecto. Como datos de alta gravedad ¿deben considerarse y ponerse en relieve en este asunto, los accidentes designados en el sentido más restringido de la palabra síntomas amnésicos? Si las consecuencias naturales de estos accidentes y envenenamientos se encuentran contenidos en los órdenes de signos de los medicamentos experimentados, en personas sanas, la práctica homeopática ha encontrado un medio para acortar y asegurar la vía larga y difícil para buscarlos y ha conseguido indicar para la mayor parte de los casos, aquellos medicamentos que se ofrecen desde luego a la concurrencia. Para esto, la elección es restringida desde el principio, entre un pequeño número de ingredientes, y basta entonces ver algunos raros síntomas que son propios de cada uno de ellos para hacer en seguida una elección segura y justa. Se facilita mucho para los casos de entorcis, de contusiones, de quemaduras, etc. En otros casos, por ejemplo, en los enfriamientos, la cosa es ya más complicada, porque la manera de enfriarse y la parte del cuerpo atacada, ofrecen diversidades que indican remedios diferentes. Habrá una gran diferencia si alguno ha estado simplemente expuesto ál frío, o si esto ha tenido lugar cuando el cuerpo. estaba en tianspiración, o si la persona ha sido mojada totalmente o en parte. Los remedios diferentes están indicados también, si las partes inferiores tales como el estómago, el vientre, el pecho, han sido expuestos a un enfriamiento, o si son las partes exteriores, la cabeza, los pies, el torso, etc. y estos son los puntos que deben examinarse con cuidado. Todos estos actos se encuentran en la materia médica; pero cuando se sabe que, por ejemplo, para un enfriamiento de la cabeza al aire frío después de una permanencia previa en lugares muy calientes, o después de haberse cortado el cabello, bell o sepia, igualmente después de un enfriamiento de los pies, bar o sil, y si el enfermo ha sido mojado, algunos otros remedios se presentan, comenzará por llevar su atención sobre estos remedios y no pasará al examen de otros, indicados también algunas veces para estas especies de indisposiciones, cuando ninguno de los primeros convenga suficientemente. En fin, en respuesta a esta cuestión, es preciso decir todavía algunas palabras sobre las enfermedades contagiosas, sobre las que leemos tantas cosas contradictorias y poco sólidas en los libros de patología, pero cuya influencia, si nosotros quisiéramos apreciar sin prejuicios, está más extendida y que no debe estar dispuesto a admitir. Contra estas enfermedades que reinan algunas veces con tanta intensidad por lo cual se convierten en una verdadera calamidad, la homeopatía tiene los remedios profilácticos más seguros y más experimentados, y justamente aquellos que tienen el poder de curar la enfermedad misma desarrollada. Si pues, en una familia, una fiebre nerviosa y contagiosa ha aparecido, el remedio según los síntomas deber ser administrado al enfermo, preserva del contagio, destruyendo las disposiciones naturales a la infección y restablece aquellos que tienen ya el germen de la enfermedad. Esta última circunstancia es tanto más importante, cuanto estos primeros comienzos de enfermedad, son con frecuencia tan pobres de síntomas característicos, que es difícil hacer una elección según ellos, pero el conocimiento de la causa accidental, reemplaza en estas circunstancias, lo que falta bajo otras relaciones. En un caso semejante, el éxito no es tan sorprendente como cuando el enfermo regresa del borde de la tumba, pero la ventaja que resulta para éste y la conciencia del médico, son una recompensa suficiente.
6º: ¿QUOMODO? Según la etimología de esta palabra, este adverbio es particularmente apto para indicar la especie y la extensión del asunto en cuestión. La palabra modus no significa solamente, en los viejos clásicos, la naturaleza y la manera de ser general de una cosa, sino también todas las modificaciones particulares que pueden producirse, como la medida, la regla, el fin, las circunstancias, los cambios, etc.; todo lo que, a excepción del tiempo que concierne a la última cuestión (QUANDO), tiene el poder de producir una modificación (agravación o mejoría), de los síntomas patológicos en el enfermo, pertenecientes, naturalmente, a esta indicación. Tiene también una importancia doble para la homeopatía: desde luego, porque ha sido descubierta y desarrollada por ella, pues es su propiedad indiscutible y exclusiva, y después porque todos los resultados de experiencia y de examen que pertenecen a este capítulo, concurren sin excepción, a los signos más o menos característicos, ninguno indiferente, ni aún aquellos que son negativos. La alopatía jamás ha concedido una atención sostenida y útil a la terapia, a las indicaciones pertenecientes a esta cuestión. Al menos, sus libros sobre la patología, la terapia, y sobre la medicación no contiene nada de importante al respecto. La homeopatía, al contrario, descubrió luego, desde su nacimiento, su gran valor terapéutico, y encontramos sus primeros rasgos bien distintos en la obra de Hahnemann: Fragmentis de viribus medicamentorun positivis editado en el año de 1805. En los progresos que hizo nuestra ciencia, esta importancia se ha comprobado cada vez más claramente, y al fin, poco tiempo después, fueron proclamados indispensables, de manera que en las pruebas hechas más tarde, llamó la atención cada vez más. He aquí por qué las últimas pruebas están en este sentido más completas, a ejemplo de las que Hahnemann redactó con gran cuidado en la materia médica y a causa de su gran utilidad y de su diversidad, los ha acompañado de un conjunto de notas del más alto interés. Si comparamos superficialmente el orden de los síntomas completamente experimentados, encontraremos en cada uno de ellos las indicaciones de casi todas la enfermedades: dolor de cabeza, dolor de vientre, diarrea, constipación, así como dificultades para respirar, dolores de los miembros, fiebres, erupciones en la piel, etc. Sin faltar nada completamente. Si se examinan estos signos con más cuidado, en relación a las partes especiales del cuerpo y a las sensaciones, se establecen diferencias y se descubren síntomas que en un remedio se producen con frecuencia o con rareza y en otros faltan en su totalidad. Pero el número de los medicamentos es siempre muy grande para asegurar la elección del remedio y para obtener una decisión indudable, se comprueba luego la necesidad de estudiar otros puntos de vista para poder encontrar entre los remedios en concurrencia, el símil real y concluyente. Pero aquí el QUOMODO, en relación con el QUANDO, resuelve ordinariamente el problema de la manera más satisfactoria, y no solamente desvanece las dudas, sino que proporciona de alguna manera la prueba del desenlace ya sospechado previamente. Se comprende bien que para todos estos estudios y todas estas comparaciones, es necesario tener un punto de vista especial. No basta, por ejemplo, comparar el movimiento en general con el reposo del cuerpo o de la parte que sufre, sino que es necesario también tomar en consideración un movimiento al comenzar o al continuar así como los diversos grados o especies de movimientos (MODI). Del mismo modo para la manera de estar acostado, en que no solamente la posición (sobre el dorso, sobre un costado, inclinado, horizontal, etc.), sino también la agravación o la mejoría en las partes dolorosas, por ejemplo, estando acostado sobre la parte dolorosa o sobre la parte sana, debe ser cuidadosamente examinada y adaptada al remedio. La influencia de los alimentos y de las bebidas ocupa un lugar importante en este método, no solamente en las enfermedades de los órganos digestivos, sino también en las fiebres y en otras afecciones tanto internas como externas. Esto no a la medida del apetito o de la sed a los que aún los alópatas, en ciertos casos, les dan mucha importancia con razón, sino más bien a la repulsión o al deseo con relación a ciertos alimentos o bebidas, después de que haya usado tal o cual cosa, que proporcionan el punto de partida más importante por la elección del remedio. Todos los homeópatas experimentados han puesto una especial atención sobre este asunto, y sería de desear que lo que cada uno haya descubierto, fuera reunido para publicarse. Ya hemos dicho anteriormente que aún los síntomas negativos, mientras pertenezcan a esta categoría, no deben ser despreciados. Un ejemplo explicará mejor lo que entendemos sobre esto: si un enfermo por cuyo estado, según las respuestas de las cinco cuestiones precedentes necesita pulsatilla por ser el remedio conveniente, se siente mejor en reposo en una pieza caliente; si por el contrario presenta un malestar al aire libre, si digiere bien los alimentos grasos que come, o presenta otras particularidades que están en contradicción con lo signos característicos de la pulsatilla, se tendrán las razones suficientes para dudar de la aplicabilidad del remedio y de buscar otro que corresponda mejor a esta indicación de los síntomas. Lamento que los límites de este ensayo —creo que muchas personas piensan ya que los he sobrepasado— no me permitan entrar a otros detalles para una u otra particularidad porque, francamente hablando, considero los signos resultantes de esta cuestión y de las que siguen, como los más decisivos para el fin terapéutico. Hasta la clase tan numerosa de los efectos alternantes que casi todos caen en estos métodos por sus contradicciones interiores, no disminuyen mucho su importancia, tan luego como se conoce su valor mutuo y que se está en estado de apreciar en su justo valor, el rango de cada uno de ellos.
7º: ¿QUANDO? Esta última cuestión que concierne al tiempo de la aparición, de la averiguación, de la agravación o de la mejoría de las afecciones, según el orden natural, sigue inmediatamente a la otra y es a pesar, de menor importancia para la terapia. Desde el tiempo de Hipócrates y de sus comentadores, se ha concedido una gran importancia a los períodos en las diferentes fases de las enfermedades. Se ha procurado fijar la época y la duración del principio (arje), del aumento (aixesis, anabasis), los puntos culminantes (akme), etc., de la disminución (parakme) y del fin (telos) de algunas enfermedades. Ciertamente, esto sería una relación muy útil para reconocer una enfermedad y para caracterizarla, pero solamente si estuviera libre y no desfigurada por influencias medicinales. Al contrario, no es posible negar que todo esto no puede dar la menor ayuda para la elección del remedio, por esta razón, los remedios producen en el curso natural de la enfermedad, los desórdenes que están fuera de toda previsión. Pero estas especies de tiempos, no pueden ser útiles en nada a la terapia alopática, porque ella no posee ningún criterio. Espero que no se nos hará la objeción de que, por ejemplo, el retorno periódico de una fiebre indique una fiebre intermitente, y por consiguiente, la corteza de quinquina, en sus diferentes preparaciones; porque yo no creo que se pueda encontrar un solo homeópata que no haya tratado ya numerosas víctimas de este error. Que la homeopatía tiene otro fin al proponer esta cuestión, que no tiene nada en común con lo que precede pero que atañe dos puntos que ejercen una acción decisiva sobre la elección del medicamento, y son: 1— El retorno periódico de los síntomas de enfermedades después de un silencio (o reposo) más o menos largo. 2— Las agravaciones o mejorías que dependen de la hora del día. Uno y otro punto no exigen sino algunas palabras. El retorno periódico de las apariciones de las enfermedades coincide, con frecuencia, con las épocas que producen con ellas las causas accidentales especiales, y según esto, pertenecen a la cuestión precedente. Entre ellas es necesario considerar, por ejemplo, las indisposiciones de la menstruación, así como aquellas cuyas condiciones se modifican por la época del año, de la temperatura, etc. Allí donde es importante descubrir semejantes razones de ser secundarios, y donde al mismo tiempo los accesos no se presentan en los momentos precisos (esto casi siempre es así), ellos no tienen ningún valor para la homeopatía bajo la relación terapéutica, porque les falta la cualidad de una indicación precisa. Las agravaciones o las mejorías según las horas del día, también aquellas que tienen relación con los síntomas aislados como las que conciernen al conjunto- son de una importancia tanto mayor. En este sentido, la homeopatía posee un tesoro rico y precioso de experiencias, confirmadas y aumentadas todos los días por minuciosas investigaciones, porque casi no hay incomodidad, desde fiebres interiores malignas, hasta los males exteriores y locales, donde no se presente, según las horas del día, una agravación o una mejoría sensible. Como los homeópatas, en las experimentaciones en el hombre sano, han descubierto estas mismas particularidades en los medicamentos, pueden hacer la aplicación más amplia y más ventajosa para el fin terapéutico, y deben hacerlo para satisfacer también, desde el punto de vista, el principio: SIMILIA SIMILIBUS. Para apoyar lo que precede con algunos hechos particulares, citaré como ejemplo, la gravedad de la influencia que ejerce la hora del día sobre los cambios en una tos en relación a las expectoraciones respecto a su consistencia, su sabor o bien su facilidad. Nosotros observamos alguna cosa análoga en cuanto a las evacuaciones, y si la mayor parte de los medicamentos tiene diarreas entre sus signos, solamente conocemos dos que la tienen durante el día y no por la noche (cocc. y kali carb.). En cuanto a las enfermedades independientes de otra causa que se producen de una manera típica, nosotros poseemos una lista considerable de remedios que les corresponde sin excluir otros, cuando están claramente indicados según sus signos. Solamente donde algún retorno periódico se produzca clara y decididamente, como por ejemplo, por la tarde de 4 a 8 (helleb. y lyc.) o exactamente a la misma hora (ant-cr., ignat. y sabad), conviene atribuirle una importancia particular y no inquietarse de ninguna contraindicación que se haya olvidado. Termino este ensayo, elaborado al correr de la pluma, con el deseo de salir bien al presentar bajo su verdadera claridad, la diferencia que hay entre la alopatía y la homeopatía, e incitar a mis colegas a tratar más ampliamente este tema importante.
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Autor: Dr. C. M. F. Von Boenninghausen
Traductor: Dr. Conrado Medina
Esta traducción viene incluida en el libro “Doctrina Homeopática” de Conrado Medina (cap. 45). Ed. Jain Publ. Nueva Delhi, 1993. Selección y revisión: Dr. Enrique González.
Publicada en la Revista Española de Homeopatía, nº3, primavera-verano 1996, págs. 35-41.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Uno de los grandes escritos de este autor, Boenninghausen, mayoritariamente desconocido en nuestra comunidad homeopática. Con todos mis respetos, una traducción, esta de Conrado Medina, un tanto farragosa, excesivamente literal, muy mejorable de cara a la mejor comprensión del texto. Lo que es fácilmente comprobable en su "Doctrina homeopática", donde el autor incluye este escrito. Quizá sea de interés referir aquí que estamos revisando mi traducción de los Escritos Menores, de Boenninghausen, realizada hace 20 años, cuando aprendía su metodología y la aplicaba extensamente en mi práctica homeopática. Estamos valorando su posible publicación en lengua española, lo que en mi conocimiento no se ha hecho hasta ahora. Sean bienvenidas ideas y sugerencias al respecto.
Marino Rodrigo