¿QUÉ ES Y CÓMO OPERA LA FUERZA VITAL?

RESUMEN
El concepto de Fuerza vital es decisivo no solamente al interior de la teoría homeopática sino que su importancia es fundamental para entender el comportamiento biológico de los organismos pluricelulares, tanto en el estado de salud como en el estado de enfermedad, y especialmente para explicar el mecanismo de curación posible de las enfermedades crónicas.

INTRODUCCIÓN
Según Hahnemann, quien gobierna con perfecta armonía al organismo en el estado de salud es la Fuerza vital:
En el estado de salud del hombre la fuerza vital autocrática que dinámicamente anima el organismo material, gobierna con poder ilimitado. Conserva todas las partes del cuerpo en admirable y armoniosa operación vital, tanto respecto a las sensaciones como a las funciones. (…) Sin embargo, la fuerza vital que reside en nuestro organismo, es ininteligente e instintiva y rige la vida en armonioso movimiento sólo mientras está en salud, pero es incapaz de curarse a sí misma en caso de enfermedad. Pues si estuviera dotada de semejante habilidad, nunca permitiría que el organismo se enfermara.” (Artículo 9 del Organon.) (1)
Encontramos en este texto de Hahnemann dos conceptos fundamentales: el concepto de Fuerza vital y el concepto de Psora. Este último concepto está implícito –como veremos mucho más adelante-, en la expresión “incapaz de curarse a sí misma” que le atribuye a la Fuerza vital en caso de enfermedad (y más precisamente en caso de enfermedad crónica).
Ahora bien, en algún momento de la vida acaece que la Fuerza vital empieza a perder la capacidad de mantener el estado de equilibrio óptimo que constituye la salud. ¿Por qué?
Previamente a responder a esa pregunta, deberemos reformular el concepto de Fuerza vital actualizándolo en términos de Hipergenoma, es decir, el genoma entendido no como un ente separado distribuido en cada una de las diversas células del organismo sino como la totalidad de la Información genética compartida por la red constituida por el conjunto de los genomas celulares individuales. De manera tal que la Información genética que se expresa a través de cada núcleo de cada una de las células del organismo, cumple con dos condiciones:
(a) que se mantenga siempre la armonía de la totalidad orgánica, y
(b) que a la vez haya una incesante adaptación a las variaciones impuestas por el ambiente particular de cada célula (y por tanto de cada tejido, cada órgano, etc.).
En otras palabras, ningún cambio adaptativo local, sea celular o sea tisular, puede hacerse en contra de la armonía del organismo como un todo. Lo que implica que la totalidad orgánica jamás se adapta a las modificaciones de las partes sino que, por el contrario, procura adaptarlas a su propio orden, y si no lo consigue, el organismo se enferma.
Hahnemann lo describe así: “Cuando una persona cae enferma es originalmente sólo la fuerza vital inmaterial, activa por sí misma y presente en todas partes del organismo, que sufre la desviación determinada por la influencia dinámica del agente morboso hostil a la vida.” (Artículo 11 del Organon; lo destacado en negrita es nuestro.) (2)
Antes de seguir adelante, reparemos en que el calificativo de “inmaterial” empleado por Hahnemann para referirse a la Fuerza vital, es concordante con y solamente con –si es que pretendemos mantenernos dentro del campo de la Ciencia- el concepto de Información. La Información no es “material” en el sentido común de este término, es decir, no está constituida por átomos, iones o moléculas; aunque sí está asociada a la materia entendida de esa manera.
¿Qué es Información? La Información es una propiedad de toda materia, como lo es la masa o la carga eléctrica; es energía, la energía responsable de la organización (que es la expresión del orden) que caracteriza a las diferentes estructuras físicas moleculares. Y es una forma de energía no-degradable. Precisemos un poco. La información (u orden) es lo opuesto a entropía (o desorden); pero, más precisamente, es un tipo de orden que nunca se degrada y al cual preferimos llamar “Información” con I mayúscula para destacar esta cualidad.
En las estructuras biológicas, la mera energía, es decir, la energía sin orden, es ciega; y el orden sin energía es incapaz de actuar. Del maridaje de la energía y del orden surge el concepto de Información. La Información no es sólo energía ordenada sino que, mucho más exactamente, es energía ordenante. Simplificando un tanto, se podría decir que la Información en estado potencial es energía ordenada y que la Información activa es energía ordenante.

DESARROLLO
Biológicamente hablando, todo organismo está constantemente reorganizándose de instante en instante, y esta persistente capacidad de auto-organización constituye la esencia de lo que es un organismo vivo; pues el orden biológico debe renovarse a sí mismo so pena que, de mantenerse igual en el tiempo (cronológico), se degrade. La Información del Hipergenoma, que es orden que se auto-genera –lo cual implica que es una forma de energía no-degradable-, permite que este sea el caso. De manera concisa podríamos decir que el orden orgánico se auto-genera todo el tiempo (cronológico), pero de duración en duración (tiempo biológico).
A nivel biológico, la Información que aflora como una propiedad emergente de las estructuras físico-químicas moleculares que constituyen las estructuras biológicas – y en especial de cada ADN celular-, forma un espacio propio, el espacio biológico, distinto del espacio físico y con el cual coincide sólo parcialmente: así, la matrix intercelular, que sin duda forma parte del espacio físico que ocupa el organismo, constituye el ambiente físico-químico de este espacio biológico y una interfase a través de la cual interactúa con el ambiente exterior.
En los organismos pluricelulares, el espacio biológico tiene como eje unificador al Hipergenoma, estructura que permitió el salto que dio la evolución entre el ser unicelular y el ser pluricelular, un salto a una dimensión biológica superior: entre el ser una célula aislada y el ser un tejido, que no es meramente un conjunto de células sino que una entidad que funciona como un todo armónico, a pesar de estar aparentemente separadas por membranas celulares.
Las estructuras biológicas poseen su espacio propio: el espacio biológico.
El espacio biológico es distinto del espacio físico así como el tiempo biológico lo es del tiempo físico (o cronológico). La organización molecular de una estructura biológica genera por sí misma su propio espacio informacional al cual llamamos “espacio biológico”. No es que esté primero el espacio físico y luego las moléculas se organizaran en él; el espacio biológico es la organización molecular misma en el espacio físico ocupado por la estructura biológica.
Por su parte, el tiempo biológico es duración (como ya veremos), tiempo que no es un instante que forma parte de un continuo, pues el tiempo del organismo no es continuo. Precisamente el concepto de Hipergenoma implica que cada célula del organismo –por lejana que esté en el espacio físico de otras células-, está conectada sincrónicamente en cada duración con cada una de las restantes células a través de la misma Información asentada en cada uno de los genomas celulares individuales. Dicha conexión pluricelular dura el tiempo que dura la resonancia de cada genoma celular individual con cada uno de los restantes genomas celulares individuales; un tiempo que, aunque se pueda medir, es duración y no mero tiempo cronológico, y que se desarrolla simultáneamente en el eje del espacio biológico constituido por la red de genomas celulares individuales, pero siempre en un quantum de duración.
En consecuencia, si desde la perspectiva del espacio físico hay partes separadas en interacción, en el espacio biológico no las hay porque éstas coexisten sincrónicamente con el todo en cada duración constituyendo un espacio-tiempo biológico. La unidad orgánica, en consecuencia, es de naturaleza temporal –de tiempo como duración-, y se expresa por pulsos de vida, esto es, por una secuencia de duraciones en el tiempo cronológico.
Y mientras el Hipergenoma mantenga la sincronización orgánica, existe solamente un espacio biológico. Pero con su desincronización se generan otros espacios biológicos que rompen la unidad del ente biológico y que chocan unos contra otros. Es el caso del Cáncer, en el cual el espacio biológico desincronizado es un cierto tejido que se separa funcionalmente del resto del organismo y entra en competencia con él transformándose en un tejido canceroso. (3) Volveremos sobre este asunto del tiempo biológico con mayor rigor más adelante.

¿Por qué el organismo se enferma?
Sencillamente porque es más probable para cualquier organismo estar enfermo que estar sano. La tendencia a enfermar corresponde a la tendencia a perder orden que, a través de toda la naturaleza, se expresa en la segunda ley de la Termodinámica. Y lo único que se opone al desorden es la Información (que es orden). De modo tal que el organismo, cualquiera que sea, nace con orden y ese orden estaría destinado a perderse rápidamente a menos que lo impida la existencia en su seno de un fundamento de orden capaz de oponerse a la entropía.
Precisemos un concepto básico antes de seguir: si existe la entropía –vale decir, el desorden- es porque existe también aquello que está cuando la entropía no predomina. Y aquello que la entropía puede invalidar, aquella no-entropía (o neguentropía), debe existir por sí misma. En otras palabras, debe existir positivamente y no como la mera ausencia de desorden. Es el desorden, en realidad, el que sólo tiene existencia subsidiariamente al orden.
Por lo tanto, es únicamente ese núcleo de neguentropía (o de orden) alrededor del cual se organiza todo organismo el que se opone al avance de la entropía; y su mecanismo de acción consiste en que es un orden que se autogenera y, como consecuencia de ello, que impide el aumento de la cantidad de entropía. Pues es evidente que sólo el orden puede generar orden.
Este fundamento de orden en el organismo es el Hipergenoma ya mencionado; vale decir, la totalidad de las Informaciones genéticas distribuidas en cada uno de los genomas celulares individuales, y que organiza, a través de las enzimas, estructural y funcionalmente al organismo. Pero para entender este concepto, es necesario investigar la esencia del orden.

El orden per se
El orden no debería ser considerado exclusivamente como una consecuencia del trabajo de ordenar, porque este tipo de orden implica necesariamente un orden previo. Pues para que exista tal tipo de orden es necesario que el trabajo de ordenar –además de demandar un consumo de energía- posea previamente un fin en vista, un objetivo, que es ya, en sí mismo, orden. Sin el plan de lo que se desea lograr mediante el trabajo de ordenar, no sería posible realizar dicho trabajo; pero ese orden implicado por cualquier plan o es el resultado de un trabajo de ordenar anterior, lo que nos lleva a una regresión infinita, o es en sí mismo orden. Tendremos que aceptar que, en algún momento en este encadenamiento, tiene que existir un orden incausado, un orden que no sea la consecuencia de un trabajo de ordenar que, a su vez, requiera de un orden anterior y así sucesivamente.
Como el tipo de orden que el ser humano maneja es en general un orden en forma de plan, el cual a través del pensamiento sigue una secuencia en el tiempo cronológico, siempre se genera un hiato temporal entre el objetivo mental y el objetivo concretamente realizado. En otras palabras, primero se piensa qué hacer y luego, sólo un lapso después, se realiza. Y en el tiempo cronológico que transcurre entre el pensamiento y la acción, se produce desorden.
Pero en el resto de la naturaleza –unicelulares, plantas, animales y en el propio cuerpo humano y en sus células componentes- no existe tal hiato temporal sino persistencia al interior de la duración de cada uno de sus procesos porque en este caso el orden no es consecuencia de ningún plan: es orden per se capaz de mantenerse a sí mismo en el tiempo cronológico.

La naturaleza como orden
Ese ser propio de cada ente que existe en la naturaleza, su “ser así”, y que recibe precisamente la denominación de “su naturaleza”, es el orden particular que cada ente posee, su particular forma de organizarse, pero que está lejos de ser particular.
Siendo particular a cada ente considerado por sí mismo, es sin embargo universal, convirtiendo de esa manera lo particular en parte de algo mucho más general. Es lo que en lenguaje filosófico se denomina “universal”. Por ejemplo: un trozo de cobre en cierto locus espaciotemporal y otro trozo de cobre en un locus espaciotemporal distinto –como podría ser otra galaxia- comparten en común “su naturaleza” que consiste justamente en el ser cobre.
De la misma manera, si pensamos en un tipo específico de célula se da el mismo fenómeno, todas las células de igual tipo comparten una organización en común, pues a nivel biológico –tanto como a nivel físico y químico- la “naturaleza” de cada ente se funda en un orden universal que comprende a cada una de sus manifestaciones particulares.
¿Cuál es, entonces, la relación del orden con el desorden?
La organización de cada ente particular es, en último término, la forma concreta como el orden universal –al cual preferimos llamar “Información” para conectarlo semánticamente con el concepto de entropía- ejecuta su orden específico. La organización misma es solo un efecto, el efecto de un proceso ordenador que nace de un orden capaz de subsistir por sí mismo.
Pero es sólo porque existe el orden que también existe el desorden en la naturaleza, pues lo que llamamos “desorden” no es más que una pérdida en la expresión del orden.
El orden mismo nunca puede dejar de ser orden, pero puede expresarse más o puede expresarse menos. Es, entonces, la expresión del orden –que es el grado de organización que un ente posee y que en principio puede cuantificarse: se le llama “cantidad de información”-, la que disminuye (aunque puede también aumentar), y al hacerlo permite que predomine comparativamente más la entropía (o el desorden).
Aplicado lo anterior a nivel biológico,significa que no es propiamente la cantidad de entropía la que aumenta sino más bien es la estructura biológica que relativamente se desorganiza, lo que conduce en último término a que su balance total de cantidad de información disminuya.

La salud, la enfermedad y la cantidad de información
Mientras un organismo funcione correctamente, lo cual quiere decir que su organización mantiene un elevado nivel de orden, no hay enfermedad sino salud. Pero no se pasa directamente de un estado de perfecta salud a un estado único de enfermedad. Conceptualmente se puede considerar a la salud como un estado único, pero no es lo mismo para el concepto de enfermedad que estamos describiendo.
En la misma medida en que hay infinidad de grados de pérdida en el nivel de orden de la organización, existen múltiples grados de enfermedad. Por supuesto no nos estamos refiriendo a tipos de enfermedad, no se trata de un asunto de clasificación de patologías sino de cuantificación de grados de organización. Existen tantos grados de enfermedad como puedan ser medidos mediante la cantidad de información útil que se haya perdido.
En un estado teórico de salud perfecto no solamente existe la cantidad de información necesaria para el cabal funcionamiento orgánico sino que hay redundancia de cantidad de información. En el otro extremo del espectro, cuando la cantidad de información es insuficiente el organismo simplemente no puede funcionar. Pues una cierta cantidad de información es requerida para el funcionamiento de cada célula, otra para el funcionamiento de los tejidos, órganos, aparatos y sistemas, vale decir, para el funcionamiento pluricelular. Y esto no es todo, pues habría que distinguir entre la cantidad de información para fines funcionales de la cantidad de información requerida para mantener la estructura celular y pluricelular.
Esto no quiere decir que sean diferentes clases de Información sino que es la expresión de la Información la que es ya sea funcional, ya sea estructural. Recordemos que la cantidad de información mide el efecto de la Información, que es el grado de organización, y la organización se refiere tanto al funcionamiento como a la estructura. Las enfermedades orgánico-funcionales, por ejemplo, dependen exclusivamente de cierta cantidad de información responsable del funcionamiento que se pierde (que se hace latente). Y las enfermedades orgánico-lesionales (como las diversas enfermedades crónicas degenerativas), dependen tanto de la pérdida de cantidad de información utilizada en la conservación de la estructura orgánica, como de la de carácter funcional cuya previa pérdida hace posible la lesión.

La evolución del estado de enfermedad
Cuando se pierde cantidad de información útil en un organismo, no se pierde de manera continua sino por saltos, o sea, discontinuamente. Cuando se ha perdido una cierta cantidad de información, un cierto quantum, el organismo pasa de un estado de equilibrio (biológico y termodinámico) a otro diferente. Ambos, el que se ha perdido y el que se acaba de alcanzar, son estados de equilibrio; pero, el último es un estado de menor calidad de salud.
Cuando la pérdida en cantidad de información todavía no ha alcanzado el quantum de cantidad de información como para descender a un estado de equilibrio peor, el organismo puede con su propio esfuerzo recuperar su equilibrio previo (caso de la enfermedad aguda).
Pero cuando la pérdida en cantidad de información ha sido mayor, el retorno al anterior estado de equilibrio por parte del organismo ya no lo puede alcanzar con su propio esfuerzo. Es a lo que probablemente se refería Hahnemann en el Organon cuando sostenía que la Fuerza vital era incapaz de curarse a sí misma. Y por tanto, de estado en estado la salud se va empeorando. Lo veremos con detalle más adelante.
En tal caso, sólo con el aporte de la Información adecuada será posible inducir en el organismo enfermo una reacción curativa capaz de hacerlo retornar al equilibrio anterior. La Información adecuada es el Simillimum (de acuerdo con la Ley de los semejantes). Éste aporta la cantidad de información que el organismo requiere para volver al estado de equilibrio previo.
Mas el retorno al estado de salud óptimo no tiene porqué darse de una sola vez: es perfectamente posible, y de seguro constituye la situación más corriente, que ese retorno se haga por etapas intermedias. Mientras mayor sea la semejanza entre el medicamento homeopático y el estado particular de desorganización patológica, menores serán las etapas intermedias requeridas en la recuperación de la salud. Pero habrá que considerar también cuánto ha sido el grado de deterioro que el organismo ha llegado a alcanzar, pues mientras mayor éste haya sido mayor será también el número de etapas de retorno que cumplir; e incluso podríamos encontrarnos con que ese estado de deterioro se ha hecho irreversible.

El orden precede a la disposición ordenada de las partes de un todo
Veamos ahora la relación que tiene el Hipergenoma –la Fuerza vital de Hahnemann- con lo dicho hasta aquí acerca del orden, el desorden y la cantidad de información.
Cuando examinamos un conjunto de elementos que mantienen entre sí algún tipo de orden, es decir, si esos elementos o partes se disponen de acuerdo a un patrón ordenador, tenemos la posibilidad de hacerlo o bien a partir de una perspectiva total (u holística), o bien hacerlo particularmente a partir de cualquiera de sus elementos y tratar de entender cómo se relaciona con cada uno de los demás de manera de generar una disposición ordenada.
Esta última forma de examen, que podríamos denominar “anatómico” –en el sentido etimológico del término-, encuentra al orden como un resultado y por tanto como un orden incapaz de generarse a sí mismo. Es lo que podríamos simplemente llamar un “orden-efecto”, un orden que requiere de un agente exterior a él como causa para existir (habitualmente la acción de un ser humano). Un concepto de orden que es biológicamente inadecuado.
Si, por el contrario, nuestra perspectiva abarca la totalidad, nos sorprende de inmediato el orden mismo, el orden per se, un orden que es causa de sí mismo, y que es capaz de generar la disposición ordenada (u organización). El orden, entonces, precede a la disposición ordenada de las partes de un todo. ¿Qué queremos decir con el verbo “preceder”? ¿Se trata de una anterioridad temporal o de algún otro tipo? Que no se trata de una anterioridad temporal, quedará claro más adelante.
Que el orden es anterior a la disposición ordenada de las partes de un todo, significa que el orden existe por sí mismo y que no es puramente un resultado de la acción de algún agente externo al propio orden. En otras palabras, el orden per se precede en un sentido ontológico a la disposición ordenada, y es diferente al orden considerado como la mera disposición ordenada que cierto conjunto de elementos ha llegado a tener como consecuencia del acto de ordenar. Pues mientras el orden-efecto posee una historia, el orden per se es intemporal (desde la perspectiva del tiempo cronológico). Por último, dejemos establecido que la Información es exactamente este tipo de orden entendido como el orden causa de sí mismo.

El tiempo en la naturaleza versus el tiempo cronológico
Cuando consideramos de un proceso su orden en el tiempo y ese proceso es el funcionamiento de un ser vivo, el tiempo que nos interesa no es el tiempo cronológico, mera abstracción derivada de la Física, sino el tiempo que dura, el tiempo que posee duración.
Como decíamos anteriormente, aquello que sucede (o funciona) en una estructura viva, ya sea en términos biológicos, ya sea en términos sicológicos (si es el caso), no lo hace en un instante que es parte de un continuo sino en una duración que, a su vez, puede ser medida por el tiempo cronológico.
Exactamente, ¿qué debemos entender por el tiempo como duración en el funcionamiento de los seres vivos? La duración es aquel tiempo acotado dentro del cual suceden cosas, pero siempre de una manera completa: ya sea que una enzima catalice la ruptura de una macromolécula, o ya sea que se produzca la contracción de un músculo o la secreción de una glándula, o ya sea que acaezca el evento de una percepción, por mencionar unos pocos ejemplos. Vale decir, jamás un proceso biológico, cualquiera que sea, puede ser cortado caprichosamente por el tiempo cronológico quedando incompleto.
Por lo tanto, el tiempo que verdaderamente nos interesa considerar para entender cómo funcionan los seres vivos, es aquel que está constituido por la sucesión de duraciones que se encadenan unas a otras en el continuo temporal abstracto que nos proporciona la cronometría como tiempo cronológico (o tiempo físico).
Tomemos el ejemplo de la percepción visual para ilustrar la duración de un proceso biológico. La fijación de la mirada dura aproximadamente 200 mseg (milisegundos), aunque la pauta de estímulos en los experimentos con taquistoscopio puede ser de 50 mseg. Sólo después de ese lapso de 200 mseg la corteza visual en el lóbulo occipital del cerebro está en condiciones de percibir una nueva pauta de estímulos, y por tanto pasar de un objeto visual a otro. (4) En síntesis, para ver un objeto necesitamos de no menos, pero no más de 200 mseg. Y en esos aproximadamente 200 mseg está el proceso completo.
La duración del acto perceptivo, para seguir con el ejemplo de la percepción, es el tiempo de un suceso que ocurre en el mundo exterior al organismo y al mismo tiempo (aquí dicha expresión cobra toda su fuerza) en el organismo mismo. Es el tiempo de “afuera” y es el tiempo de “adentro” pero simultáneamente; por tanto, es un mismo tiempo. Es algo que está acaeciendo en el mundo y en el organismo coincidentemente. En otras palabras, la duración forma parte inherente del acto de percepción así como lo es de todo proceso biológico.
Veámoslo en el caso de la audición: en la Acústica musical existe una duración objetiva de los sonidos, que es la duración de los sonidos posible de ser medida físicamente (en segundos); y una duración subjetiva, que es la duración que nosotros como entes biológicos percibimos en los sonidos. Y ambos tipos de duración no necesariamente coinciden en el tiempo cronológico. Pero la duración subjetiva no existiría sin la duración objetiva ni ésta tendría sentido biológico sin la existencia de la primera. Se condicionan mutuamente.
Considerada en sí misma, la duración es indivisible. Y su indivisibilidad es un rasgo perteneciente propiamente al mundo biológico (y también aunque sólo subsidiariamente al mundo sicológico). Ciertamente cuando la duración es medida por el tiempo del reloj se le puede dividir en partes y se puede establecer, en principio, su persistencia en segundos (o más exactamente en milisegundos); pero se trata de un procedimiento exterior a la duración propiamente tal, y por tanto ajeno a su naturaleza.
Cuando hablamos de “duración” en el mundo biológico, en consecuencia, estamos hablando del tiempo biológico propiamente tal, que no es, como ya lo hemos dicho, lo mismo que el tiempo cronológico, el cual es un continuo, sino que es una duración que se repite una y otra vez en el tiempo cronológico. Vale decir, a diferencia de este último, cada duración tiene un comienzo y tiene un final o, en otras palabras, es de naturaleza discontinua.
Es imprescindible comprender eso sí, para evitar malas interpretaciones, que no se trata de que el organismo, mediante la percepción –y otras diferentes formas de interacción con el medio-, “corte” caprichosamente el mundo externo en partes que posean cierta duración dando lugar de este modo a duraciones antojadizas. El mundo exterior no se dejaría escindir si no fuera porque es escindible; esto es, si no fuera porque hay algo en común entre el mundo exterior y el organismo que los hace concordar.
Aquello que comparten entrambos, el mundo exterior y el organismo, es un ente real, pues se trata de la Información biológica: la Información que se expresa en la interacción del organismo con el mundo; o dicho de otra forma, la interacción biológica es siempre Información biológica y, viceversa, la Información biológica es la forma como los organismos interactúan con su medio. (5)
La Información biológica es, sin pretender hacer de esto una definición, un quantum de energía que se expresa en un cierto tiempo cronológico acotado (precisamente el tiempo de una duración), mientras se da la interacción de un organismo con su medio –tanto el medio interior al propio organismo, o matrix intercelular, como el medio exterior a él-.
Avanzando un poco más, digamos que en una duración –que puede ser considerada como la unidad natural de tiempo biológico-, no solamente acaece una percepción o se desencadena una reacción enzimática sino que ocurren muchas otras cosas simultáneamente.
De hecho, ocurren todas las cosas que pueden ocurrir en un organismo para ser un organismo, es decir, para ser una totalidad que funcione como tal. Todo proceso orgánico sólo puede acaecer en una duración, y volver a ocurrir en la duración siguiente y así sucesivamente (por supuesto que hay distintas duraciones según sea el proceso considerado). Y en el lapso de una duración todo está integrado con todo, cada célula con cada otra célula. Lo veremos enseguida.

El orden al interior de la duración
Recapitulemos. El orden persiste al interior de cada duración, vale decir, el orden posee duración. En consecuencia, el tiempo biológico es el resultado del orden.
Por eso hemos dicho que el orden no precede cronológicamente a la disposición ordenada de las partes (u organización), pues el orden y lo ordenado coexisten sincrónicamente. No es que esté primero –en el tiempo cronológico- el orden y luego se genere el ordenamiento sino que el orden se manifiesta en el ordenamiento así como el mar se expresa en las olas.
Desde las formas más simples hasta las más complejas de organización de los seres vivos, la disposición ordenada de los elementos particulares en el todo que las caracteriza está fundada en lo que es, en esencia, la misma clase de orden. Esa clase es la del orden que se mantiene a sí mismo en la duración y que llamamos “Información”.
Para entender más claramente el tipo de orden en que consiste la Información, resultará instructivo si podemos hacer el trabajo de distinguir entre un ordenamiento fortuito, fruto del azar, y un ordenamiento que expresa una Información:
Un conjunto de elementos cualesquiera distribuidos aleatoriamente sobre una superficie lisa, pueden adoptar cierta organización que pareciera expresar algún tipo de orden, pero a diferencia de una verdadera expresión de una Información, esto es, de una organización auténtica, es incapaz de mantenerse en el tiempo cronológico auto-generándose de duración en duración. Y sólo un orden que se conserva en el tiempo cronológico sin degradarse puede ser una Información.
De esa manera, lo que desde una perspectiva exclusivamente físico-espacial podría considerarse extremadamente difícil, y quizás imposible, como es la perfecta coordinación de un sinnúmero de elementos espacialmente separados entre sí, y todos a la vez, cual sería el caso de cada una de las células de un organismo vivo; resulta ser factible desde la perspectiva temporal de la duración, en la cual el orden es uno y mismo para todas.
Pensemos en una célula cualquiera de un organismo vivo pluricelular. En un instante dado, se están realizando en ella diversas reacciones bioquímicas. Al mismo tiempo, en cada una de las restantes células del mismo organismo está ocurriendo otro tanto.
¿Cómo, de qué manera las reacciones bioquímicas de la célula considerada en primer lugar se coordinan con las reacciones bioquímicas de cada una de las restantes células del mismo organismo y éstas a su vez entre ellas? (6)
Volviendo un poco en nuestros pasos, un examen “anatómico” nos conduce a considerar el orden de la totalidad, sin el cual ciertamente ningún organismo podría sobrevivir, sencillamente como un milagro.
Las posibilidades de que las casi infinitas coordinaciones entre un número tan inmenso de células falle, son tan inmensamente altas que deberíamos suponer como prácticamente imposible la existencia de tal hecho y, todavía más, su persistencia en el tiempo cronológico adaptándose a todas y cada una de las ingentes variaciones de la función vital.
Sin embargo, un examen holístico nos permite entender la coordinación entre elementos múltiples, la mayoría de ellos en estados muy diversos entre sí, como la expresión de un único orden que prevalece en la duración –el orden del Hipergenoma-.
Entonces, no se trata de un número casi infinito de órdenes particulares, el de cada elemento con cada uno de los demás elementos, sino de un solo orden general que existe en la duración y que abarca la totalidad y que, además, es capaz de persistir para la duración siguiente.
Es porque el orden está en la totalidad que está a la vez en cada parte y al estar en cada parte permite que la totalidad predomine. Ahora, si el todo predomina sobre la parte, entonces el orden tiene necesariamente que ser total, y si es total no puede sino ser uno solo.
Por lo demás, cuando preguntábamos, desde la perspectiva “anatómica”, cómo era posible la coordinación de la función de una determinada célula con todas las demás, inadvertidamente colocábamos a la célula considerada en primer término no solamente aparte en el espacio sino que en el tiempo, en otra duración –pues en el acto mental de abstraerla dábamos lugar al tiempo cronológico-. He ahí el error, pues todas las células comparten la misma duración; luego, no hay separación temporal así como no la hay espacial.

En resumen: Esta manera de funcionar tan perfectamente organizada –o sea, que no es la de un conjunto de células funcionalmente independientes entre sí sino la de un ente único constituido por células funcionalmente solidarias entre sí-, es propia de un organismo sano; pero cuando se pierde parte importante de esa organización, la salud también se pierde y la enfermedad crónica emerge.

Nos corresponde ahora aplicar lo expuesto acerca del orden dentro del espacio-tiempo biológico, cuando aparece el desorden; para así ayudarnos a entender de una manera concreta la tarea del Hipergenoma (origen del orden) en el complejo caso de la enfermedad crónica.

Las enfermedades crónicas
Comprender la diferencia entre lo que es una enfermedad aguda y lo que es una enfermedad crónica es de notable importancia médica. Porque el problema de la enfermedad crónica al cual se enfrentó Hahnemann deriva de la peculiar índole de esta clase de enfermedad, que la convierte en un problema insoluble para la Fuerza vital.

Como lo señalaba Hahnemann en el Organon, la Fuerza vital del organismo es incapaz de curarse a sí misma cuando el estado de desequilibrio se ha mantenido más allá de cierto tiempo (cronológico). Precisamente es ese límite temporal el que permite distinguir en una primera aproximación entre las enfermedades agudas y las enfermedades crónicas.
Las situaciones patológicas de carácter potencialmente reversible que se desarrollan en un período más bien breve y tienen una causa fija (sea conocida o no), constituyen las enfermedades agudas. De acuerdo con la acertada caracterización realizada por Hahnemann, las enfermedades agudas “son procesos morbosos rápidos de la fuerza vital anormalmente desviada que tienden a terminar en un período reducido, siempre más o menos corto”. (Artículo 72 del Organon) (7)
Si bien toda enfermedad es, esencialmente, un proceso inflamatorio porque la inflamación es la respuesta universal de todo organismo frente a cualquier situación de estrés, cualquiera sea la noxa que la provoque (física, química, biológica, emocional); existe tanto la inflamación aguda –que es una respuesta rápida y enérgica con ciertas probabilidades de éxito-, como la inflamación crónica que, por el contrario, por su carácter subagudo (insuficientemente enérgico) más que ayudar perjudica al organismo.
Las citoquinas pro-inflamatorias producidas por el sistema inmunitario innato como respuesta defensiva –tales como la TNF-alfa (el factor de necrosis tisular-alfa), la IL-6 (la interleucina-6) o la CRP (la proteína C reactiva) y muchas otras-, son eficaces mientras forman parte de una respuesta inflamatoria aguda; pero pierden eficacia y se transforman en agresivas para el organismo cuando su acción persiste más allá de un tiempo efectivo de recuperación del equilibrio perdido y pasan así a mantener un estado inflamatorio de tipo crónico.
Otra diferencia fundamental estriba en el beneficio que aportaría la apoptosis, un mecanismo biológico de trascendental importancia para mantener el estado de salud. La enfermedad aguda es el tipo de patología donde la apoptosis –o “muerte celular programada”- tiende a ejercer una función eficaz en términos de recuperar el equilibrio perdido. La eliminación de las células disfuncionales permite en ocasiones recuperar el orden orgánico total. En la enfermedad crónica, en cambio, la apoptosis resulta ser un recurso completamente insuficiente e incluso desfavorable para el organismo (lo es inevitablemente a la larga al reducir el número de células competentes con lo cual el funcionamiento de tejidos y órganos se ve muy afectado).
La enfermedad aguda termina “en un período reducido”, decía Hahnemann, y, según la concepción médica tradicional, dicha terminación se traduce ya sea en la recuperación por restitutio ad integrum del organismo, ya sea en la muerte del enfermo o, supuestamente, en su conversión en una enfermedad crónica. Pero la naturaleza de la enfermedad crónica es muy diferente al de la enfermedad aguda y sin duda no encuentra su origen en esta última.
En la exacta definición del mismo Hahnemann, las enfermedades crónicas son: “enfermedades de carácter tal que –cada una a su manera peculiar- desvían dinámicamente el organismo vivo, principiando en forma insignificante y a menudo apenas perceptible. Le obligan a alejarse gradualmente del estado de salud de tal modo que la energía vital automática, llamada fuerza vital, cuyo fin es preservar la salud, solamente les opone, tanto al principio como durante su curso posterior, una resistencia imperfecta, impropia e inútil. Es incapaz por sí misma de destruir la enfermedad en sí misma y la sufre impotentemente dejándose apartar cada vez más de lo normal hasta la destrucción final del organismo”. (Artículo 72 del Organon) (8)
El genio de Hahnemann intuye cómo acaecen realmente los hechos clínicos. Refiriéndose a la Fuerza vital, dice varias cosas muy importantes: La califica de “automática”, es decir, que funciona por sí sola, lo cual deberíamos entender en la actualidad no en un sentido mecanicista, ciertamente, ni tampoco en un sentido vitalista como en los tiempos de Hahnemann, sino más propiamente a la manera en que funcionan los programas almacenados en el “disco duro” de un computador.
Dice, además, que el fin de la Fuerza vital es “preservar la salud”. Todo sucede como si el organismo hubiera sido “diseñado” por la naturaleza más bien para mantener el estado de salud, evitando la enfermedad, que para propiamente superar la enfermedad.
La Fuerza vital, explica Hahnemann, le opone a la enfermedad de carácter crónico “una resistencia imperfecta, impropia e inútil”. Y esta resistencia, que es inútil justamente porque es imperfecta e impropia, no varía en todo el curso de la enfermedad: “tanto al principio como durante su curso posterior”. Por eso concluye que la Fuerza vital es incapaz de “destruir la enfermedad en sí misma”.
Pero Hahnemann atribuye la causa de las enfermedades crónicas a la operación de los “miasmas crónicos” y, en especial, de la Psora. Mas, como reifica a estos “miasmas”, o sea, los ve como cosas (gérmenes) y no como procesos, no es extraño que nos hable de “oponerle resistencia” a la enfermedad en lugar de considerar a las disfunciones orgánicas que surgen de ella como conductas patológicas sólo en la medida que representan una menor calidad biológica a causa de su menor cantidad de información útil total (véase más adelante).

¿Por qué la Fuerza vital es incapaz de curar la enfermedad crónica?
En cualquier situación de estrés –como podría ser, por ejemplo, un proceso infeccioso agudo-, situación que siempre conlleva una amenaza implícita de muerte para el organismo, éste debe responder de inmediato y de manera adecuada. Porque cuando el organismo enfermo no ha sido capaz de recuperar el equilibrio perdido en un tiempo más bien reducido, que es el caso precisamente del enfermo crónico, se enfrenta a un dilema:
O por fin recupera el equilibrio al precio de ser de un nivel de inferior calidad biológica o finalmente se muere.
Como un organismo no puede permanecer mucho tiempo en un estado de desequilibrio (propio de la situación de estrés), tarde o temprano debe recuperar un nuevo equilibrio (lo que equivale a una nueva adaptación), aunque éste sea de inferior calidad biológica al anterior; lo que representa, comparativamente, una pérdida en cantidad de información útil.
Ahora bien, dos niveles diferentes de equilibrio orgánico, uno con mayor y otro con menor cantidad de información útil, se refleja en la diferente calidad del funcionamiento orgánico, siendo superior el uno con respecto al otro.Tomemos como ejemplo la diferencia entre dos programas de computación (software) que posean desiguales cantidades de información; y esa diferencia está en que el programa más complejo permite, hablando en términos sencillos, hacer más cosas con él (o mayor eficiencia) en relación al otro programa.
El organismo crónicamente enfermo se caracteriza por no tener la suficiente cantidad de información útil como para, en el lenguaje de Hahnemann, “oponer una resistencia” que sea adecuada. Sin embargo, de lo que se trata realmente es de incapacidad para corregir lo que está funcionando mal debido a la pérdida de cantidad de información útil, es decir, de aquella cantidad de información que conserve la capacidad de expresarse en los tejidos apropiados. Pues es la pérdida de cierta cantidad de información útil la que se traduce en disfunción orgánica –y, al agravarse, en lesión tisular-. Propiamente hablando, el problema reside en la impotencia que la Fuerza vital del organismo demuestra para reordenar el funcionamiento alterado; y no porque no lo haya intentado sino porque fracasó en su intento.
Aunque toda enfermedad crónica representa un estado de equilibrio, al igual como lo es el estado de salud, es de inferior calidad biológica –es un ordenamiento relativamente menos ordenado- y con niveles siempre descendentes de calidad de funcionamiento a medida que se empeora. Hahnemann lo dice así: “el organismo vivo (…) sufre impotentemente [la enfermedad crónica] dejándose apartar cada vez más de lo normal hasta la destrucción final”.
De grado en grado la enfermedad crónica se va empeorando y con cada grado que empeora, la cantidad de información útil es menor –lo que se traduce en un nivel de organización gradualmente peor-. Pero, en lugar de descender violentamente por un plano inclinado, el funcionamiento orgánico desciende por una pendiente suave constituida por niveles sucesivos escalonadamente decrecientes en el tiempo. Así, lo que podría tomar muy poco tiempo, pasa de este modo a dilatarse en el tiempo cronológico, haciendo justicia a la denominación de “crónica” (de “khrónos” = tiempo) que tiene esta especie patológica.
Veámoslo esquemáticamente: (Con cada) situación de estrés (sucesivo) → Estado de desequilibrio (o pérdida transitoria de la adaptación) → Recuperación (tardía) del equilibrio → (Resultando en un) estado de equilibrio de menor calidad biológica (nueva adaptación).
Realmente, lo que llamamos “enfermedad crónica” representa un estado provisional de equilibrio dentro de un proceso patológico sin fin. Ahora bien, el estado de equilibrio representado por cada uno de esos estados patológicos crónicos, implica dos cosas a la vez:
Por un lado, es un estado que impide el empeoramiento acelerado del funcionamiento orgánico –como sucede en el caso de la enfermedad aguda, lo cual puede llevar finalmente a la muerte-; pero, por otro lado, es un estado que presenta una inercia a cambiar a un estado superior, o sea, a ir contra la gradiente informacional.
Vale decir, la enfermedad crónica es el resultado de un cierto tipo de transacción con el estado patológico por parte de la Fuerza vital que, por detener el curso precipitado de la enfermedad y de esa manera diferir la muerte, lo hace al precio de perder toda posibilidad de retornar a un estado de verdadera salud.
La Fuerza vital no puede desde un estado de equilibrio patológico crónico saltar simplemente al estado de salud, así como muchas veces puede saltar desde el desequilibrio al equilibrio en la enfermedad aguda. Y es en esta imposibilidad radical de restablecimiento del orden perdido por parte de la Fuerza vital, donde reside la esencia de la enfermedad crónica.
Observamos una analogía, que envuelve en verdad una identidad de fondo, entre esta situación de no poder ir contra la gradiente informacional y el fenómeno de la catálisis enzimática. Las diversas moléculas presentes en el interior de las células son muy estables y para obligarlas a participar en alguna reacción química se requiere de la acción incitadora de las enzimas. La enzima adecuada proporciona la Información apropiada a cada sustrato para superar el estado entrópico (o estado de equilibrio), determinando así la formación del complejo enzima-sustrato que facilita la culminación de la reacción química, dando lugar a productos de la reacción y a la liberación de la enzima involucrada. Pero sin la cantidad de información aportada por la enzima apropiada, tales reacciones bioquímicas serían imposibles. (9)
De la misma forma, el paso de un nivel de funcionamiento orgánico a otro superior implicaría un cambio que exigiría una ayuda externa que lo hiciera posible. Alguien podría pensar que tal vez un aporte extraordinario de energía lo haría posible. Pero ni esa energía está disponible ni existe la posibilidad de ser usada de la manera apropiada aunque lo estuviera porque no es sólo ni principalmente energía lo que se pierde al caer el organismo a un nivel de funcionamiento inferior sino que cantidad de información útil, o sea, aquella capaz de expresarse plenamente en los diversos tejidos –esto es, que su expresión génica no esté bloqueada-. Por eso, aportar energía sin la cantidad de información de la Información apropiada sería simplemente desperdiciarla.
Pues bien, la utilización del medicamento homeopático conveniente al enfermo crónico –el Simillimum-, al igual que sucede con la enzima en el caso de las reacciones bioquímicas, proporciona la cantidad de información de la Información biológica adecuada que el organismo enfermo necesita para saltar a un estado superior de salud al desbloquear la expresión génica.
En consecuencia, la única posibilidad de curar una enfermedad crónica, dada su naturaleza tan especial, es transformándola en una enfermedad aguda controlada médicamente de acuerdo con la Ley de los semejantes; en otros términos, provocando un proceso curativo que, gradualmente a lo largo del tiempo, vale decir, de crisis aguda en crisis aguda (que pueden ser muy sintomáticas o serlo muy poco), capa por capa, por decirlo así, termine finalmente en la curación.
¿Y cómo opera la Ley de los semejantes? Gracias a la coincidencia informacional entre el Simillimum y la desorganización orgánica se provoca una exacerbación de esta último (o agudización), condición inestable que no puede persistir por mucho tiempo y por lo cual finalmente, al estabilizarse el proceso, se encuentra el equilibrio, pero en un nivel superior.

La enfermedad crónica desde una visión holística
Hemos estado hablando, en todo momento, desde una visión holística que considera a la enfermedad crónica como una manera de funcionar que, aunque de menor calidad biológica en comparación con el estado de salud, siempre involucra a la totalidad del organismo.
Porque cuando se analiza “anatómicamente” a la enfermedad crónica, se la tiende a ver más bien como una falla en un organismo por otra parte sano. Entonces puede sostenerse paradójicamente, por ejemplo, que un sujeto con Hipertensión arterial –y que recibe tratamiento con fármacos hipotensores- estaría totalmente sano si no fuera por su Hipertensión arterial.
Otro ejemplo es el siguiente: en el caso del Cáncer y al examinar el papel del factor antineoplásico considerado como el más importante y cuya falla sería en muchos casos la causa de su aparición –nos referimos a la proteína p53-, se le ve como si esa falla fuera un mero accidente y no el resultado tardío de un compromiso patológico previo de todo el organismo, y así cometemos el mismo error anterior porque no disponemos de una explicación para la falla misma en cuanto consecuencia de una patología mayor subyacente.
Pero el poder de la proteína p53 para suprimir el crecimiento del tumor canceroso es atribuible principalmente a su habilidad para mediar entre dos procesos biológicos celulares: la detención del ciclo celular y la apoptosis. Lo que hace surgir la desconcertante pregunta acerca de cómo una célula toma la decisión acerca de cuál de ambos mecanismos elegir en cada caso específico. [“One of the most intriguing questions in the p53 field is how a cell makes the decision to enter either growth arrest or undergo apoptosis upon p53 induction”. (10)]
Pero la respuesta es muy simple: quien realmente “toma la decisión” no es la célula sino el Hipergenoma, decisión que está siempre basada en el estado general del organismo.
Digámoslo de esta forma: Si cada vez que una célula se convierte en patológica, sea cancerosa o no, es eliminada por apoptosis, entonces sencillamente es porque el organismo está sano. Pero si una célula se convierte en patológica y no es eliminada de inmediato, entonces simplemente es porque el organismo ya padece una enfermedad crónica que se lo impide; en cuyo caso el Hipergenoma determina la detención definitiva del ciclo celular, o senescencia celular, como último recurso para evitar el Cáncer. Lo explicaremos más adelante.

El tratamiento de las enfermedades crónicas
Como queda dicho, la única manera de curar una enfermedad crónica consiste en proporcionarle a ese organismo enfermo la Información biológica exacta –lo cual la transforma en una enfermedad aguda, recuperando así el organismo su capacidad de reaccionar por sí mismo-, pues solamente la Información biológica exacta puede aportar la cantidad de información útil que necesita para recuperar la normalidad de las funciones afectadas.
Las funciones orgánicas están basadas en la organización de muy variados sistemas enzimáticos exquisitamente coordinados, que requieren para ese fin de un acoplamiento perfecto, lo cual implica el uso de una gran cantidad de información útil por parte del Hipergenoma. La complejidad involucrada en el funcionamiento de los organismos pluricelulares, por tanto, demanda una enorme cantidad de información.
Además, mientras mayor sea la cantidad de información útil que el organismo posee, mayor es la cantidad de información del ambiente que es capaz de procesar, es decir, ante la cual puede responder adecuadamente.
La explicación está en que a mayor cantidad de información útil, es mayor igualmente el grado de adaptación al ambiente, lo que equivale a decir que el organismo posee una mayor cantidad de recursos a que echar mano frente a las variaciones de su alrededor que puedan representar situaciones de estrés, cada una de las cuales se traduce en una pérdida transitoria de la adaptación.
Por el hecho de haber perdido una importante cantidad de información útil, la capacidad de adaptación está perturbada en el organismo enfermo crónicamente. De la adaptación alterada (o des-adaptación) surgen precisamente los síntomas de la enfermedad.
Por eso, Hahnemann tenía razón cuando decía que “los fenómenos morbosos accesibles a nuestros sentidos expresan al mismo tiempo todo el cambio interior –es decir, todo el trastorno morboso del dinamismo interior-, en una palabra, revelan toda la enfermedad”. (Artículo 12 del Organon) (11)
Pero la cantidad de información que nos interesa particularmente es aquella de la Información biológica que conviene, por su semejanza, a la particular desorganización relativa en la expresión del Hipergenoma. Luego, sólo la Información apropiada puede, mediante su resonancia con el Hipergenoma, suministrar la cantidad de información que éste necesita.
Existen, por tanto, dos aspectos que no deben confundirse: El aspecto cuantitativo, representado por la cantidad de información. Así, si el organismo enfermo no recibe toda la cantidad de información que es menester, es imposible que se cure.
El otro aspecto es el cualitativo, representado por la semejanza. Únicamente la Información exacta puede resonar con el Hipergenoma porque es semejante a la desorganización relativa que éste expresa (Ley de los Semejantes). Y solamente a través de la resonancia es posible incorporar al organismo la cantidad de información requerida.
De acuerdo con la Ley de los semejantes, toda sustancia capaz de enfermar tiene la capacidad de inducir la curación de aquello en que consiste la enfermedad que provocó. La explicación está en que la Información biológica de la sustancia es la misma, con mayor o menor grado de aproximación, que la Información genética modulada epigenéticamente que produce los síntomas y signos a través de los cuales se expresa la enfermedad de la cual es semejante (usamos “enfermedad” en un sentido amplio y no restringido como en Alopatía). (12)
Es decir, la semejanza se refiere al grado de aproximación con la enfermedad particular del enfermo y sus síntomas, pero la Información tiene que ser la misma pues de otra manera no habría resonancia entre el medicamento homeopático y la alteración del Hipergenoma.
Para entender esta aparente confusión es necesario establecer el siguiente principio: toda Información compleja está constituida por un conjunto de Informaciones más simples –y mientras mayor sea su complejidad, tanto mayor será el número de Informaciones biológicas más simples que la constituyen-; por eso la Información de la sustancia puede ser más o menos semejante a la Información patológica, según sea el grado de aproximación que tenga con ella, o sea, según sea el número de Informaciones biológicas simples que compartan.
En consecuencia, habrá un medicamento homeopático –vale decir, una Información biológica (o rasgo característico de una estructura física molecular con acción biológica)- que se asemeje más que otros a la Información patológica porque se identifica relativamente más con ella. Tengamos en cuenta que la Información biológica de cualquier medicamento homeopático siempre será menos compleja en cantidad de información que la Información biológica de cualquier organismo. Comparadas con la Información total de un organismo sano, cualquier Información medicamentosa es parcial; por tanto, es equivalente a la condición de un organismo crónicamente enfermo que tiene menor cantidad de información que la poseída por un organismo perfectamente sano. En otras palabras, toda Información medicamentosa es equivalente a alguna enfermedad crónica (y/o a una fase de “agudización” de alguna de ellas).

En síntesis: si la esencia de la enfermedad crónica consiste en la pérdida irreversible de una cierta cantidad de información útil por parte del Hipergenoma, cantidad de información necesaria por otra parte para el perfecto funcionamiento del organismo, entonces la única manera de curarla será aportándole al Hipergenoma del enfermo el total de la cantidad de información útil que le falta. Pero, a su vez, la única forma que el Hipergenoma pueda recibir esa cantidad de información que le hace falta será mediante la Información biológica exactamente correspondiente a la desorganización relativa en la expresión del Hipergenoma (Ley de los semejantes), ya que es la única que puede resonar con él y, por tanto, incorporarse al Hipergenoma mismo.

Pero tenemos que hacer una aclaración importante aquí: cuando en la literatura se utiliza, como suele ocurrir, un concepto subjetivo de información, o sea, basado en el efecto sobre el sujeto que recibe la Información y no en la Información misma con su capacidad ejecutiva, el poder para modificar una estructura biológica que tiene la Información biológica se hace inexplicable. Y de paso el concepto de Hipergenoma se tornaría insostenible. Es decir, sólo un concepto objetivo de Información qua energía no-degradable permite explicar este poder para modificar que posee el medicamento homeopático –y que requiere de una capacidad ejecutiva, esto es, de una capacidad para reorganizar lo que está desorganizado-, al liberar la total capacidad de expresión del Hipergenoma. Expliquémoslo de este modo:

El genoma celular individual es como el teclado de un piano
El genoma celular individual es como el teclado de un piano. Tiene un número relativamente grande, pero determinado de teclas (genes), y en cada momento sólo son tocadas (se expresan) un número limitado de ellas (de ellos) en una cierta “combinación melódica” (un “pattern of gene expression", que representa una determinada Información).
En otro momento distinto, la “combinación melódica” (o el “pattern of gene expression”) cambia de acuerdo con las variaciones ambientales inmediatas (o sea, cambia epigenéticamente), y lo puede hacer en grados muy diversos: ya sea cambios más bien superficiales de tipo adaptativo, ya sea cambios mucho más profundos que expresan una conducta orgánica del todo diferente a la habitual, vale decir, una conducta patológica.
Sin embargo, el genoma celular individual no está sometido solamente a la interacción con las Informaciones biológicas de su ambiente inmediato (la matrix intercelular) y, a través de ella, de su ambiente mediato sino que también está sometido a la regulación de la red constituida por el resto de los genomas celulares individuales del organismo en la cual participa o Hipergenoma, regulación que no podría realizarse si éste no tuviera una capacidad ejecutiva.
Pues el piano no es el pianista. Siguiendo la acertada observación de Mario Bunge al reconocer al genoma (al ADN) como una estructura más bien inerte, digamos que el piano requiere de un pianista y que el pianista es el Hipergenoma. [“…Apenas puede decirse que el ADN sea una prima causa o un primum movens, ya que es una molécula comparativamente inerte que no hace nada por sí sola. Sólo ‘se sienta’ en el núcleo (o en otra parte), es más, protegido sin riesgo por proteínas histónicas en eucariotas, y ‘espera’ que algunas otras moléculas actúen sobre él”. (Lo destacado en negrita es nuestro)] (13)
La necesidad de plantear la existencia del Hipergenoma surge precisamente de consideraciones como la citada. Las células hepáticas y las células musculares, por tomar un solo ejemplo de las numerosas diferencias entre células de distintos órganos, a pesar de compartir el mismo genoma funcionan de manera totalmente disímil porque sus expresiones genómicas (“patterns of gene expression”) se adecúan a sus respectivas funciones que son muy diferentes. ¿Qué explica este diferente comportamiento si comparten el mismo genoma?
Siguiendo con la analogía anterior, las “melodías” que surgen de la célula hepática son distintas de las “melodías” que surgen de la célula muscular; y las “melodías” que propiamente surgen de la célula hepática están acalladas en la célula muscular, y viceversa. ¿Cómo hacen para diferenciarse en su expresión si comparten el mismo “instrumento musical” y la misma partitura? Es que el pianista no es el genoma celular individual puesto que el piano no se toca a sí mismo. El pianista es el Hipergenoma que de cada piano obtiene la “melodía” que corresponde en cada caso y siempre de acuerdo con las condiciones generales del organismo.

En síntesis: La ejecución de una obra musical requiere de tres cosas: la partitura, el instrumento y el ejecutante; y si el genoma celular individual es el instrumento, dado que la partitura (la Información) y el ejecutante (el Hipergenoma) es lo mismo, tenemos en este caso sólo dos cosas: al Hipergenoma controlando cada célula a través del genoma celular individual.

La evolución de las enfermedades crónicas
En el Artículo 9 del Organon, Hahnemann sostiene que la Fuerza vital es “incapaz de curarse a sí misma en caso de enfermedad [crónica]”. Sin probablemente sospecharlo, al formular ese descubrimiento Hahnemann estaba poniendo a plena luz el porqué de la existencia de las enfermedades crónicas.
Nosotros lo entendemos así: en un cierto momento en la vida de cada persona, momento que difícilmente puede ser precisado, el organismo que había estado funcionando de manera totalmente normal, deja de hacerlo. Se trata, por tanto, de un organismo que hasta entonces había permanecido sano. ¿Qué sucede, entonces, a partir de ese minuto?
Por la suma de las diversas circunstancias patogénicas que hayan podido finalmente conducir a la relativa desorganización irreversible del organismo y que se han ido acumulando a lo largo de la vida, pero en especial por la intoxicación crónica por carbohidratos que acompaña a la civilización desde sus inicios (15), como veremos más adelante; es decir, no por una causa fija como en el caso de la enfermedad aguda, ese organismo ha dejado para siempre de ser sano (no de estar sano sino de ser sano).
Aunque expresado de esa forma suene patético, es exactamente así como sucede. La Fuerza vital (el Hipergenoma), que ha cuidado a ese organismo manteniéndolo sano por muchos años, en ese crucial instante pierde parte importante de su capacidad para seguir haciéndolo, constituyéndose así un quiebre definitivo con su calidad de vida anterior.
Podríamos hablar del “momento de la irreversibilidad”, del momento en el cual –y “principiando en forma insignificante y a menudo apenas perceptible”, al decir de Hahnemann-, el organismo comienza un viaje sin retorno.
¿Por qué un organismo hasta ese instante todavía sano dejó de serlo para el resto de su vida? Porque es el instante en el cual perdió mayor cantidad de información útil que la que le ha sido posible recuperar, y en un porcentaje que está más allá del límite de la reversibilidad. Es así de simple: es un asunto de balance de cantidad de información útil.
Pues si a partir de ese minuto el organismo no dispone más de la suficiente cantidad de información útil, simplemente no puede volver a funcionar como antes de esa pérdida, vale decir, como cuando estaba sano. Si somos fieles en nuestra interpretación de la intuición de Hahnemann –cosa por supuesto discutible-, entonces podríamos decir que mientras la tendencia a enfermar ha estado en estado potencial todo el tiempo constituyendo la Psora latente, ésta se ha hecho activa justamente en el momento en que se manifiesta concretamente la incapacidad de la Fuerza vital de curarse a sí misma.
En otras palabras, la Psora activa es esta incapacidad de la Fuerza vital de curarse a sí misma expresada por su actuación infructuosa en la recuperación del equilibrio anterior perdido, y que constituye la esencia de la enfermedad crónica.
Porque la eventualidad de enfermarse está todo el tiempo presente para cualquier organismo en la forma de una probable pérdida en el nivel del orden orgánico, esto es, de una pérdida de cierta cantidad de información útil necesaria para que funcione adecuadamente. Esta predisposición a enfermar es la Psora latente, expresión biológica de la segunda ley de la Termodinámica.
Por eso, más que preguntarnos acerca del porqué se enferma un organismo cualquiera deberíamos preguntarnos qué ha impedido que se enfermara hasta ahora. Pues solamente cuando en efecto se ha perdido una proporción importante de cantidad de información útil –por tanto, cuando existe un deterioro significativo de su organización-, la Psora se hace activa.
Sin embargo, la cantidad de información no se pierde de manera absoluta sino que es una parte de la cantidad de información total que se torna inútil para el sistema manteniéndose latente –a causa de su bloqueo a nivel celular de diferentes tejidos por la presencia de toxinas autógenas-; lo cual se traduce concretamente en un acoplamiento imperfecto entre diferentes reacciones enzimáticas correspondientes a diversos sistemas enzimáticos de distintos tejidos.
Ahora bien, un sistema biológico que dispone de una menor cantidad de información útil que la necesaria para realizar correctamente todas sus funciones orgánicas, es un sistema que ya no funciona con tanta eficiencia y, por tanto, que sufre de una patología crónica.
Por ende, no es necesario buscar en una causa externa al propio organismo el surgimiento de esta incapacidad de curarse a sí misma que expresa la Fuerza vital. Esta incapacidad, o Psora activa, no es el resultado de la acción de un agente externo, cualquiera que sea, que provoca en el organismo tal condición.
Esta incapacidad de la Fuerza vital consiste simplemente en la pérdida parcial, pero progresiva, de algo que se tenía en suficiente cantidad hasta esos momentos: cantidad de información útil. Luego, es estrictamente un asunto generado al interior mismo del organismo.
Nunca un agente externo al organismo, sea éste cual fuese, puede ser causa de la Psora porque eso implicaría que el organismo, en tal caso, estaría completamente sano hasta el momento mismo de sufrir la agresión del agente exógeno; por lo cual la enfermedad sería exclusivamente la consecuencia de dicha agresión –que es el caso de la enfermedad aguda-. Pero para que tal cosa fuera posible, solamente tendrían que existir dos estados: el estado de salud y el estado de enfermedad, sin gradación ninguna entre ambos estados.
Sin embargo, el carácter evolutivo de toda enfermedad crónica es una demostración incuestionable de que la pérdida en el estado de salud es siempre gradual; es decir, que hay muchos estados de enfermedad –desde el más imperceptible hasta el más evidente-, en relación directamente proporcional con la pérdida creciente de cantidad de información útil.
Por eso sostenemos que la enfermedad crónica no puede ser el resultado de una enfermedad aguda mal curada, sino sólo es despertada de su latencia por el estrés involucrado en la enfermedad aguda, que actúa como un factor desencadenante (y más tarde agravante).
Por otra parte, el estado de salud perfecta es más un estado teórico que real y que sólo nos sirve de punto de referencia para evaluar los diferentes grados que pueda adoptar la enfermedad crónica. Hablemos en su lugar del mejor estado posible.
En otras palabras, desde el momento mismo en que se pierde la salud por primera vez hasta el momento siguiente en el cual se agrava y en cada uno de los momentos sucesivamente posteriores en los cuales continúa agravándose más y más, la esencia del fenómeno no difiere en absoluto sino que es exactamente el mismo.
Pero ciertamente que las manifestaciones de ese proceso de pérdida gradual del orden se hacen cada vez más dramáticas, como lo revela el envejecimiento,que es un proceso fisiopatológico gradualmente progresivo de deterioro funcional y estructural del organismo, producto de esta pérdida paulatina del orden expresado a nivel de su organización.
A igual tiempo (cronológico) transcurrido, la cantidad de información utilizada en cada duración por un organismo sano es mucho mayor que la utilizada en cada duración por un organismo crónicamente enfermo; diferencia que se va incrementado a medida que la enfermedad crónica avanza. Y esa diferencia que hay con el organismo sano es una medida del grado de envejecimiento de ese organismo enfermo.

La patogénesis de toda enfermedad crónica degenerativa
Recapitulemos: la pérdida progresiva de cantidad de información útil característica de la enfermedad crónica, provoca en el organismo una situación ante la cual el Hipergenoma tiene solamente tres alternativas de acción con respecto a los tejidos alterados:
(1) detención transitoria del ciclo celular de las células afectadas (lo que busca corregir la expresión génica alterada principalmente por el incremento del mecanismo de la autofagia).
(2) apoptosis de las células afectadas (con lo cual las células sencillamente mueren y en los tejidos renovables son reemplazadas posteriormente por nuevas células).
(3) detención permanente del ciclo celular (o senescencia celular).

Pero la primera alternativa se da preferentemente en organismos sanos.
La segunda alternativa, tarde o temprano, conduce tanto al agotamiento de las células de los tejidos no renovables como de las células progenitoras proliferativas (o “stem cells”) de los tejidos renovables.
Por último, la tercera alternativa es cuando el Hipergenoma cambia células renovables alteradas por células senescentes que, funcionalmente, son incompetentes. Finalmente, el fracaso de todas estas medidas por parte del Hipergenoma determina indefectiblemente el surgimiento del Cáncer.

¿Apoptosis o senescencia celular (detención permanente del ciclo celular)?
El factor clave que decide esta dualidad es el grado de disfunción mitocondrial. La disfunción mitocondrial, cuya causa es el bloqueo de la actividad mitocondrial producto de la acumulación de toxinas autógenas intracelulares, afecta a los más diversos tejidos.
En el caso que esta disfunción mitocondrial sea aún moderada, y al detectar el Hipergenoma a nivel celular (a través del genoma celular individual) la acumulación de toxinas autógenas (como progerinas, lipofuscinas y otras) –resultantes de la Disfunción autofágica, véase más adelante-, activa al gen de la proteína p53 induciendo la apoptosis.
Pero la apoptosis requiere de mucha energía celular para realizarse y al existir una disfunción mitocondrial más intensa, que reduce drásticamente la producción de esta energía, el proceso de apoptosis ya no puede realizarse eficazmente. En consecuencia, a la célula involucrada sólo le restan dos opciones: o la senescencia celular o el Cáncer.
Es decir, el mecanismo de la senescencia celular es una opción que se constituye en una estrategia usada por el Hipergenoma a nivel celular individual –cuando la apoptosis es imposible-, para inhibir el surgimiento del Cáncer.
La senescencia celular requiere de un minimum de energía celular para ejecutarse, pero resulta ser indispensable, pues sin este mecanismo el Hipergenoma no podría evitar la transformación cancerosa. Aun cuando su funcionamiento como célula sea deficiente, la senescencia celular es la única manera de evitar perder la comunicación del genoma celular individual con el Hipergenoma e impedir de este modo el surgimiento del Cáncer.
Nuestra teoría acerca de la patogénesis del Cáncer permite entenderlo mejor y la presentamos esquemáticamente a continuación:
Disfunción autofágica → Acumulación de toxinas intracelulares en algunas células → Disfunción mitocondrial por daño a las mitocondrias producida por las toxinas intracelulares → Decrecimiento importante de la respiración mitocondrial → “Efecto Warburg” → Aparición de la glucólisis por “fermentación láctica” → Menor producción de energía celular → Incapacidad del genoma celular individual para obedecer al Hipergenoma por falta de suficiente energía → Ausencia de apoptosis por falta de energía en las células afectadas → Pérdida del control de las células afectadas por parte del Hipergenoma → Desvinculamiento del genoma celular individual que se hace autónomo → Activación epigenética de oncogenes y desactivación epigenética de genes supresores de tumor → Culminación de la transformación maligna. (15)

Resumiendo: en condiciones de armonía orgánica, el Hipergenoma sencillamente repara el daño que pudiera afectar la expresión total del genoma celular individual de cada célula involucrada o bien induce su apoptosis, pero sin alcanzar nunca el nivel de agotamiento de las células progenitoras.

En condiciones de enfermedad crónica, en cambio, los tejidos afectados sufren diferentes fases de empeoramiento a causa de la reducción progresiva del número de células competentes, ya sea debida a la apoptosis excesiva, ya sea debida al aumento de la senescencia celular, ya sea a una combinación de ambas. Por otra parte, el envejecimiento del cuerpo no es más que la expresión macroscópica de la senescencia celular que sirve de moneda de cambio para evitar el Cáncer, tal cual lo muestra la investigación científica. (16)
Es decir, para evitar el Cáncer mediante el recurso a la senescencia celular (que conlleva como secuela el envejecimiento del cuerpo), el organismo debe resignarse a padecer enfermedades crónicas degenerativas tales como la Diabetes Mellitus tipo 2, la Arteriosclerosis, la Enfermedad de Alzheimer o la Enfermedad de Parkinson, etc., etc.; en otras palabras, de todas aquellas patologías degenerativas asociadas a la vejez, las cuales son un resultado inevitable tanto del envejecimiento general como de tejidos de órganos esenciales que en lo particular presentan diversos grados de senescencia celular y pérdida de células por apoptosis excesiva, por lo cual sus niveles de funcionamiento están muy afectados.
Decíamos anteriormente que la enfermedad crónica representa un tipo de transacción del organismo con la enfermedad con el fin de sobrevivir a la muerte, y trocar el Cáncer por cualquier otra enfermedad crónica degenerativa es la principal muestra de esa transacción.
Pero aún así, y a pesar de todo este esfuerzo desesperado, el Cáncer consigue casi siempre hacerse presente posteriormente durante la vejez porque la Autotoxicosis (la acumulación excesiva de toxinas autógenas en los tejidos) termina prevaleciendo.

El origen endógeno de la Psora
Independientemente del tipo de estrés que desencadene finalmente la Psora activa, tanto el mecanismo de su producción, que precede a su activación, como el mecanismo de su empeoramiento estando ya activa consiste en una desorganización invariablemente creciente del funcionamiento orgánico como consecuencia de cada una de las situaciones de estrés mal toleradas por el organismo, en un ciclo que se retroalimenta a sí mismo. Pues una vez perdido cierto grado de orden, solamente puede perderse todavía más –y siempre lo hará de manera gradual-, ya que el desorden nunca puede ordenarse a sí mismo.
Hahnemann lo explica de esta manera: “Cuando las circunstancias desfavorables exteriores, (…), despiertan a la psora de su estado latente, la ponen en actividad y la hacen estallar…”. Y luego agrega: “El despertar de la psora interna, hasta entonces latente y en cierta forma encadenada por la fuerza de la constitución orgánica y la influencia de las circunstancias exteriores, se manifiesta bajo la forma de enfermedades graves…”. (Lo segundo destacado en negrita es nuestro.) (17)
La tendencia a enfermar (o Psora latente) no es otra cosa que la predisposición de todo organismo a perder (la expresión del) orden, la cual está inscrita en la propia estructura de cada organismo porque es una ley de la naturaleza que el orden tienda a perderse y, por tanto, que toda organización tienda a desorganizarse.
Pero cuando efectivamente el organismo se ha desorganizado de manera considerable –y de esa manera la Psora se hace activa-, dicha desorganización se revela desde el interior del mismo porque su origen está allí y no en el exterior. Y del mismo modo, si el origen del desorden es interno, el proceso de re-ordenamiento sólo puede venir desde dentro mismo.
Pues si se postulara que previamente a la agresión sufrida por el organismo había un supuesto desequilibrio latente, el cual se pondría de manifiesto precisamente por la acción del pretendido agente externo causante de la Psora –la Sarna, según Hahnemann-, entonces ese desequilibrio latente ya sería la Psora; y, por tanto, no podría ser una explicación de su origen.
¿Esto quiere decir que el ambiente no participa para nada en la causalidad de la enfermedad crónica? Por supuesto que sí, muchas cosas han sucedido en el entorno de ese organismo para llevarlo a enfermar, las cuales conducen por último a esa gran pérdida de cantidad de información útil, terminando por superar al Hipergenoma en su capacidad de autorregulación. Pero no se trata de ninguna causa fija, y que viene desde el exterior del organismo, como la que siempre existe en la enfermedad aguda sino de una acumulación en el tiempo de diversas circunstancias patogénicas que han ido generando situaciones de estrés mal toleradas –o sea, en las cuales la adaptación orgánica resulta en un estado de equilibrio de menor calidad biológica- y que conducen finalmente al deterioro interno del organismo.
Ahora bien, entre estas diversas circunstancias patogénicas, el factor primordial y decisivo es una equivocada manera de alimentarse sustentada en un exceso persistente de calorías –principalmente a base de carbohidratos-, problema que ha afectado a la humanidad desde el origen de la civilización. Porque si el organismo está capacitado biológicamente para sobrevivir en condiciones de escasez de alimento, no lo está en cambio para un exceso.

Perspectiva antropológica a partir de la prehistoria
El ser humano sobrevivió en un período que abarca desde hace 10.000 a 50.000 años atrás (el Paleolítico superior), en un contexto de escasez de alimentos e, incluso, de frecuentes y obligados ayunos, o sea, de restricción calórica; pero su estructura biológica se adaptaba perfectamente a ese escenario, tal como sucede con el resto de los animales en la naturaleza, y como lo demuestra por lo demás su sobrevivencia.
Pero con el comienzo de la civilización, y en especial con la creación de la Agricultura y el uso de la domesticación de animales, a la vez que el ser humano solucionó definitivamente el problema de la muerte a causa de la inanición, se encontró con un problema diferente que persiste hasta hoy (y que se ha ido incrementando más y más).
Pues una vez que aseguró su alimentación diaria, el ser humano civilizado ha estado culturalmente adaptado –desde el comienzo de la civilización y principalmente a partir de la Revolución industrial-, a una alimentación ad libitum, excesiva en calorías y que sobrepasa ampliamente su capacidad metabólica. La Naturaleza, se podría decir, jamás previó este estado de cosas y, por tanto, no lo proveyó de los mecanismos adecuados para enfrentarlo. Y esta discordancia surgida entre la Naturaleza y la Cultura ha sido el origen de las “enfermedades de la civilización”, y entre ellas del Cáncer.
En abierto contraste con el hambre natural, desde la Cultura emerge la búsqueda de placer a través de la comida y, como derivación, la consiguiente ingesta abundante de calorías a base fundamentalmente de carbohidratos –ingredientes esenciales de nuestra dieta diaria-, lo que obliga a un trabajo extenuante del páncreas endocrino y del hígado para mantener el equilibrio homeostático.
Pronto comienza el depósito desproporcionado de grasa en la región abdominal o “adiposidad abdóminovisceral”, que, en un nivel moderado, servía a nuestros antepasados para enfrentar los momentos de forzoso ayuno; pero que en la actualidad solamente representa un depósito inútil y peligroso. Posteriormente, la adiposidad abdóminovisceral conduce, tarde o temprano, a la condición patológica denominada “Resistencia a la insulina” (pre-Diabetes).
Sin embargo, desde una particular y razonable perspectiva, se podría considerar que prácticamente todos los seres humanos actuales seríamos pre-diabéticos. Veamos el porqué.
Si hubiéramos podido medir el nivel de glicemia de nuestros antepasados durante el Paleolítico, todos ellos manifestarían, de acuerdo con los parámetros actuales, una hipoglicemia fisiológica –no patológica, ciertamente, porque estaban perfectamente adaptados a ese nivel de glicemia-, tal como lo comprueban los resultados de las mediciones de glicemia en los experimentos con restricción calórica.
Recíprocamente, desde esa misma perspectiva de una glicemia generalizadamente más baja que la actual, prácticamente todos los seres humanos actuales seríamos pre-diabéticos, por la hiperglicemia relativa –lo que presupone una Resistencia a la insulina implícita-. Por lo tanto, la Diabetes Mellitus tipo 2 sería simplemente un paso más en ese estado de cosas y que ocurre cuando el páncreas endocrino, luego de sufrir una incesante estimulación por mucho tiempo, finalmente se queda exhausto.
¿Qué conclusiones se derivan de lo anterior? Si bien hay consenso en considerar a los experimentos de restricción calórica como las únicas intervenciones en Biología que consistentemente extienden la duración media y máxima de la vida –y que además previenen las enfermedades crónicas degenerativas asociadas a la vejez- en una gran diversidad de especies animales (desde unicelulares hasta primates), y si bien los hechos experimentales en ese sentido son concluyentes, la interpretación tácita de estos hechos tiene un problema.
Pues se está considerando aparentemente que “lo normal” sería vivir menos y enfermarse mucho antes de lo que ocurre con los experimentos de restricción calórica. Pero tal vez lo realmente normal –o mejor: el desiderátum de vida para todo organismo- sea el funcionamiento orgánico en condiciones de restricción calórica, tal cual sucedía con nuestros antepasados en el Paleolítico superior. Y la interpretación correcta quizás sea que la causa de las limitaciones en la extensión de la vida y de la aparición anticipada de las enfermedades crónicas degenerativas asociadas a la vejez, sea el exceso de energía calórica de una alimentación mantenida cotidianamente por muchos años.
Ahora bien, esta abundancia de calorías que el organismo ciertamente es incapaz de utilizar completamente, conduce a lo que hemos llamado “Disfunción metabólica”, disfunción caracterizada por un predominio del metabolismo anabólico –la lipogénesis predomina sobre la lipólisis, la grasa sobre el músculo-, a causa del desequilibrio entre los niveles de insulina (que son relativamente altos) y los niveles de hormona de crecimiento (que son relativamente bajos). La primera, propiciando la acumulación de grasa (principalmente en la forma de adiposidad abdóminovisceral); y la segunda, favoreciendo la sarcopenia (o pérdida de masa muscular).
El exceso de producción de insulina trae, además, otra consecuencia todavía más grave: como la insulina inhibe la degradación de las proteínas, es un inhibidor de la autofagia. Aun cuando no se conoce exactamente el mecanismo de este efecto inhibidor –no obstante estar asociado al “mTOR [mammalian Target of Rapamycin] signaling pathway“-, es un dato perfectamente establecido.
La Disfunción metabólica, por tanto, lleva a la Disfunción autofágica, o debilitamiento del proceso de autofagia, la cual provoca la acumulación de toxinas autógenas –que son proteínas celulares alteradas que no han sufrido el proceso de autofagia (cuyo fin precisamente es catabolizarlas)- y que llamamos “Autotoxicosis”.
La Autotoxicosis, a su vez, afecta profundamente el funcionamiento celular, por lo cual puede ser considerada como el comienzo de todas las enfermedades crónicas degenerativas, principalmente al provocar una disfunción mitocondrial. Las toxinas autógenas a nivel citoplasmático interrumpen la expresión génica, afectando de esa manera el control celular por parte del Hipergenoma, y disminuyendo así su cantidad de información útil; lo cual se traduce en la senescencia celular del tejido involucrado (salvo que antes haya habido apoptosis).
Nuestra teoría es que la combinación de la Disfunción metabólica con la Disfunción autofágica, que es un subproducto suyo, en un ciclo auto-mantenido, corresponde a la Psora de Hahnemann.

[Para un un análisis más detallado de este tema, vid. (18)]

El origen de la enfermedad crónica está en la totalidad del organismo
Las enfermedades crónicas degenerativas son consideradas por la Alopatía como enfermedades localizadas, es decir, como patologías ubicadas en un espacio acotado constituido por células, tejidos u órganos.
Desde la visión de la Homeopatía, en cambio, se sostiene que la enfermedad crónica (y por supuesto que también la enfermedad aguda) siempre abarca a la totalidad del organismo.
Estas dos perspectivas contradictorias son, sin embargo, perfectamente compatibles porque si bien son células, tejidos y órganos los que están directamente comprometidos por la enfermedad –y por una muy simple razón: las toxinas autógenas se localizan en las células y en la matrix intercelular de tejidos y órganos hacia donde son expulsadas por exocitosis-; el origen de la enfermedad crónica está en la totalidad del organismo, pues la Autotoxicosis, que es la causa de esas toxinas, es, por su parte, el resultado de un compromiso patológico global.
Realicemos ahora una síntesis del proceso integral: En el origen de toda enfermedad crónica siempre existen dos factores cuya interacción determina tanto su tipo como el momento de la aparición del cuadro patológico crónico y asimismo su gravedad:
El primero de ellos es la predisposición genética; o sea, aquellas alteraciones de la Información genética que el organismo trae en estado potencial desde su gestación, y que determinan finalmente el tipo específico de patología crónica que se va a sufrir.
Cuando en el momento de la fecundación se une el espermio de un enfermo crónico (o sano) con el óvulo de una enferma crónica (o sana), es la Información biológica del padre uniéndose a la Información biológica de la madre. Y el resultado es la suma/resta de la Información genética de ambos con una cantidad de información útil total del zigoto que es siempre menor a la de un individuo sano (salvo en el caso que ambos progenitores sean sanos).
En otras palabras, se trata de un hijo potencialmente enfermo a causa de que hereda esa menor cantidad de información útil total, ya sea del padre enfermo, ya sea de la madre enferma, o ya sea de ambos si ambos son enfermos crónicos, aun cuando alguna fracción de esta menor cantidad de información útil podría ser compensada por alguno de los progenitores.
El segundo factor, es una más o menos larga elaboración epigenética en el curso posterior de la vida; es decir, la activación de la Información genética alterada, heredada, por la influencia nociva del ambiente (incluyendo aquella in uterus) que, gradualmente, va generando las condiciones para el surgimiento de la eclosión patológica.
Y la Psora activa es el resultado, ora prematuramente, ora tardíamente durante la vida, según sea cada caso, de la acción nociva ambiental que, principalmente a través de una alimentación equivocada, opera durante esta etapa epigenética. (19)
Ciertamente que frente a una mayor predisposición genética, menor será el tiempo de elaboración epigenética requerida para que se produzca la enfermedad crónica; pero aun con el mejor patrimonio genético, el ambiente desfavorable terminará por imponerse y, ante una situación de estrés suficientemente fuerte, ya sea por su intensidad, ya sea por su prolongación en el tiempo, o ambos, se desencadenará a continuación el proceso patológico crónico.
Esto merece una explicación. Mientras el organismo responda rápida y apropiadamente a cada situación de estrés, el organismo permanecerá sano. Pero si en algún momento de la vida cierta situación de estrés resulta ser mayor que la capacidad del organismo de superarlo adecuadamente, ya sea por su intensidad o por su prolongación en el tiempo, como ya dijimos, o a causa de una predisposición genética, o por una combinación de dos de estos tres factores o incluso por la suma de los tres, se genera una condición enteramente inédita: por primera vez el organismo habrá perdido una cierta cantidad de información útil muy importante que condicionará para siempre su respuesta frente a nuevas y sucesivas situaciones de estrés.
En el futuro, ese organismo ya no podrá responder tan rápida ni tan apropiadamente como es menester. Ese oscuro momento representa el comienzo de la enfermedad crónica (es el momento en que la Psora se activa), y determinará respuestas cada vez más inadecuadas a las situaciones de estrés que inevitablemente van a surgir en la vida de cada persona, aun de aquellas situaciones de estrés aparentemente no tan intensas. Escuchemos a Hahnemann:
Sin embargo, aun en medio de estas circunstancias exteriores favorables, a medida que la persona avanza en edad, con frecuencia es suficiente la más ligera causa, un pequeño disgusto, un resfriado, una trasgresión al régimen, etc., para producir un acceso violento, aunque poco durable, de alguna enfermedad, un cólico intenso, una angina, una inflamación de pecho, una erisipela, una fiebre, u otra afección cuya intensidad frecuentemente no está en relación con la causa determinante.” (Los destacados en negrita son nuestros.) (20)
La secuencia en el tiempo cronológico ya nos resulta conocida, recordemos el esquema anteriormente presentado: (Con cada) situación de estrés (sucesivo) → Estado de desequilibrio (o pérdida transitoria de la adaptación) → Recuperación (tardía) del equilibrio → (Resultando en un) estado de equilibrio de menor calidad biológica (nueva adaptación).
La conclusión es que el desorden del organismo a nivel de su organización, en un encadenamiento perverso, sólo puede ser seguido por más desorden orgánico hasta su colapso total. Finalmente una pregunta: ¿qué sucedería en una situación teórica en la cual el patrimonio genético fuera absolutamente impecable (situación por supuesto altamente improbable)? Que ese sujeto viviría en teoría más de 120 años bajo cualquier circunstancia.

El papel desempeñado por la Alopatía en las enfermedades crónicas
Debemos advertir por último del papel perjudicial jugado por la Alopatía que, lejos de estimular la reacción auto-curativa del organismo, la reprime al imponer sobre ella una respuesta orgánica artificial que si bien es más cercana a lo normal en comparación con el estado patológico lo hace al precio de empeorar el propio estado crónico degenerativo, vale decir, su cronicidad, al acrecentar el proceso de transacción con la enfermedad.
En cualquier situación de estrés, la Homeopatía transforma las respuestas orgánicas inadecuadas en respuestas adecuadas; en cambio, la Alopatía suprime toda respuesta.
Si la verdadera curación de una enfermedad crónica requiere inducir en el organismo enfermo un proceso de agudización controlado médicamente (de acuerdo con la Ley de los semejantes), los fármacos hacen exactamente lo contrario.
Tomemos como ejemplo el uso de antibióticos en algún proceso infeccioso agudo para ilustrar cómo puede afectar la elaboración epigenética el curso y el resultado final de lo que Hahnemann llamaba “Psora”:
La eliminación por métodos externos al organismo de los gérmenes equivale a reducir el nivel de calidad biológica del organismo (y no solamente del sistema inmunitario), debido a que el desequilibrio propio del proceso infeccioso agudo será indefectiblemente reemplazado no por un equilibrio mejor sino por un equilibrio de peor calidad que el anterior a la infección.
Es evidente que este caso no es igual al caso en el cual es el propio organismo el que supera la infección –especialmente si es ayudado por la Homeopatía-, con lo cual se recupera plenamente el nivel de salud que existía antes de sufrir el proceso infeccioso.
Todavía más, la acumulación de procesos infecciosos agudos tratados con antibióticos va reduciendo cada vez más el nivel de calidad biológica del organismo, lo cual trae como secuela no sólo un debilitamiento progresivo del sistema inmunológico sino que de la totalidad del organismo. Exactamente lo mismo vale para cualquier otro tipo de cuadro patológico agudo como asimismo para cualquier “agudización” de un proceso patológico crónico –que en realidad se trata de un desequilibrio agudo de la enfermedad crónica (o “descompensación”)-, cuando es tratado alopáticamente.
El resultado final es siempre el de reducir el nivel de calidad biológica del organismo, favoreciendo la transacción desventajosa del organismo con la enfermedad crónica al inhibir con los fármacos –cuyo principal mecanismo de acción es, precisamente, el de inhibir diversos sistemas enzimáticos- la expresión del Hipergenoma. Dicho muy simplemente: donde el fármaco inhibe, el Hipergenoma no puede actuar (por el bloqueo de la expresión génica).
Más allá del efecto tóxico directo de los fármacos, en consecuencia, está este efecto adverso de la Alopatía de enmascarar los síntomas y signos de la enfermedad crónica reprimiendo la reacción auto-curativa del organismo que se expresa a través de ellos, y al precio de reducir la capacidad, ya muy pobre, del organismo de recuperar un equilibrio mejor, por una reducción de la cantidad total de cantidad de información útil del organismo enfermo.
En pocas palabras, la curación de la enfermedad crónica queda fuera del alcance de la Alopatía,y por la siguiente poderosa razón: Si en la enfermedad aguda, que siempre tiene una causa fija, eliminada la causa se elimina el efecto –por ejemplo: eliminada la Salmonella typhi, se cura la Fiebre tifoidea-; en la enfermedad crónica, al no tener una causa fija que pudiera ser eliminada (aunque la Alopatía siempre la busca con la esperanza de encontrarla), la curación resulta imposible.
Más concretamente, la Alopatía pretende curar la enfermedad crónica de la misma manera en que se cura una enfermedad aguda, lo cual es irrealizable porque al carecer de una causa fija no puede ser tratada como si la tuviera, y, por ende, no puede curarla de esa forma.
Si la enfermedad aguda es siempre el efecto de una causa externa al organismo, no es así con la enfermedad crónica, cuya única y verdadera causa es el deterioro interno del organismo que lo torna progresivamente más vulnerable ante las diversas noxas que lo afectan desde el exterior.

En síntesis, y como una conclusión final acerca del significado de la enfermedad crónica, sin la existencia de una alteración potencialmente evolutiva del orden en el interior del organismo –lo que Hahnemann llamaba “el trastorno morboso del dinamismo interior”-, que lo torne vulnerable a la acción de los agentes exteriores, la enfermedad crónica no podría desarrollarse.

CONCLUSIÓN
El concepto de Fuerza vital tal cual fuera formulado por Hahnemann, inmerso en una filosofía vitalista ya obsoleta, puede ser rescatado para la Ciencia. Esa es nuestra convicción, la cual hemos intentado fundamentar en las páginas anteriores al actualizarlo conceptualmente como Hipergenoma, una noción fundada en el concepto científico de Información.
Por supuesto que Hahnemann carecía de los instrumentos conceptuales idóneos para llevar a cabo la tarea de establecer el concepto de Fuerza vital como una noción científica, lo cual es comprensible si nos situamos en la época de surgimiento del mismo. Pero su intuición no es por eso menos válida.
Sostenemos que el concepto de Información permite explicar la naturaleza física tanto de la Fuerza vital como del medicamento homeopático y, a la vez, explicar la forma como el organismo se enferma y la forma como el medicamento homeopático puede ayudar a éste a curarse; lo cual permite renovar de una manera científica el pensamiento de Hahnemann.
De esta forma se conserva, según creemos, la intuición de Hahnemann –como lo muestran las anteriores citas del Organon- y, a la vez, se le transforma en un concepto genuinamente científico por estar basado en una noción física como es la de Información.
La Información del Hipergenoma –la Fuerza vital de Hahnemann- cumple un papel decisivo: Las Informaciones genéticas compartidas por la red de genomas celulares individuales, o Hipergenoma, mantiene el orden orgánico en el estado de salud mediante su capacidad ejecutiva, hasta que alguna Información biológica externa patogénica, generando una situación de estrés, pudiera finalmente llegar a afectarle más allá de cierto punto de retorno cuando su adaptación ya está alterada, esto es, cuando el acoplamientos del organismo con su medio está perturbado, ya sea por mera des-adaptación epigenética, ya sea porque a ésta se le agrega una in-adaptación genética.
También sustentamos la opinión que la enfermedad crónica no es meramente una enfermedad aguda que se prolonga en el tiempo en una forma más atenuada sino una especie diferente de enfermedad y que, por tanto, se distingue netamente de la enfermedad aguda. Y dentro del mismo orden de ideas, hemos tratado en las páginas precedentes de explicar cuál es la patogénesis de toda enfermedad crónica, entendida como una degradación orgánica gradualmente progresiva que termina sólo con la muerte del enfermo.
En conclusión, creemos firmemente que la existencia de un centro organizador, el Hipergenoma, encargado del perfecto funcionamiento en el estado de salud de cada parte del organismo como asimismo del organismo entero, corresponde a la intuición que en el lenguaje de su época Hahnemann denominó “Fuerza vital”.
Pero también creemos que lo realmente importante para el futuro de la Homeopatía es hacer comprensible este concepto hahnemanniano en términos científicos actuales, propósito que ha guiado la elaboración del presente trabajo de investigación. ***

BIBLIOGRAFÍA
(1) Hahnemann, Samuel. (1980). Organon de la medicina, Edición 6B. (pág. 34). Santiago de Chile: Editorial Universitaria.
(2) Id., (pág. 35).
(3) Gebauer, G. H. (2008). “Patogénesis del Cáncer”. Esculapio (núm. 6, pág. 8).
(4) Neisser, Ulric. (1979). Psicología cognoscitiva. (pág. 12). México: Ed. Trillas.
(5) Gebauer, G. H. (2010). “La ley de los semejantes y su fundamento científico en la ley de la Hormesis y en el concepto de Información biológica”. Esculapio (núm. 10, pág. 6-7).
(6) Gebauer, G. H. (2008). “Patogénesis del Cáncer”. Esculapio (núm. 6, pág. 6-7).
(7) Hahnemann, Samuel. (1980). Organon de la medicina, Edición 6B. (pág. 64-65). Santiago de Chile: Editorial Universitaria.
(8) Id., (pág. 64-65).
(9) Gebauer, G. H. (2010). “La ley de los semejantes y su fundamento científico en la ley de la Hormesis y en el concepto de Información biológica”. Esculapio (núm. 10, pág. 13-14).
(10) Deng, Ibin; Wu, Xiangwei. (2000). “Peg3/Pw1 promotes p53-mediated apoptosis by inducing Bax translocation from cytosol to mitochondria”. PNAS. Vol. 97 no. 22 (12050-12055).
(11) Hahnemann, Samuel. (1980). Organon de la medicina, Edición 6B. (pág. 35). Santiago de Chile: Editorial Universitaria.
(12) Gebauer, G. H. (2010). “La ley de los semejantes y su fundamento científico en la ley de la Hormesis y en el concepto de Información biológica”. Esculapio (núm. 10, pág. 10).
(13) Bunge, Mario. (2001), Biofilosofía, (pág. 320). Ed. Siglo XXI.
(14) Gebauer, G. H. (2009). “Patogénesis del Cáncer (2ª parte). El estado precanceroso”. Esculapio (núm. 7, pág. 13).
(15) Id., (pág. 12).
(16) Gebauer, G. H. (2009). “¿Psora = Disfunción metabólica + Disfunción autofágica? Actualización del concepto de Psora. Reivindicando a Hahnemann”. Esculapio (núm. 8, pág. 11-12).
(17) Gebauer, G. H. (2010). “Estudio crítico del concepto hahnemanniano de Psora”. Esculapio (núm. 9, pág. 18-19).
(18) Gebauer, G. H. (2009). “¿Psora = Disfunción metabólica + Disfunción autofágica? Actualización del concepto de Psora. Reivindicando a Hahnemann”. Esculapio (núm. 8, pág. 7).
(19) Id., (pág. 15).
(20) Gebauer, G. H. (2010). “Estudio crítico del concepto hahnemanniano de Psora”. Esculapio (núm. 9, pág. 18).


Autor: Dr. Gabriel Hernán Gebauer. Médico-Cirujano. Homeópata. Magíster Artium Fil. Ciencia.

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