IDEAS ANTROPOLÓGICAS Y TERAPÉUTICAS EN HAHNEMANN


1. Explicación del término 'antropología'.
Son muchos e intrincadamente superpuestos los significados de la palabra antropología. Nosotros nos referiremos al concepto de la  moderna antropología filosófica, que Ferrater Mora resume así: La antropología filosófica atiende a cuestiones muy próximas a las que constituyen los temas capitales de la antropología cultural, pero, de una parte, tiende a abarcar un radio más importante que el de esta última, y, por el otro, tiende a centrarse en el problema de la naturaleza del hombre en el mundo.
Esta naturaleza del hombre en el mundo es en términos absolutos el punto de partida de cualquier aproximación comprensiva del hombre. Del hombre sano y más aun si cabe del hombre enfermo.
Debo advertir que no es este el concepto de antropología que expresa Hahnemann en algún lugar de su obra, pero lo que aquí estudiamos no es lo que Hahnemann entendía por antropología, puesto que este término puede ser usado de muy diferentes maneras, sino lo que entendía por hombre.


2. Las ideas de Hahnemann sobre el hombre.
Suelo hacer mucho hincapié en estas ideas, en estos conceptos de Hahnemann, no porque entienda que proporcionen una herramienta clínica inmediatamente práctica, sino porque estoy convencido de que conocer el pensamiento de Hahnemann sobre la naturaleza humana en el mundo es la llave que hará posible la comprensión de la totalidad de su pensamiento y esto último no sólo será muy útil en la clínica sino que pondrá al homeópata a salvo de los engaños de los creadores de escuelas.
Pues bien, para Hahnemann el hombre es un ser único, es decir, un ser cuyos distintos componentes constituyen una sola y única realidad biológica y vital, gobernada por la dynamis, en estado de salud. Entiende la dynamis como algo inmaterial, un principio de organización o fuerza vital, que se ha llamado también energía vital. No es exactamente un tipo de energía como podrían serlo el calor, la electricidad o la energía mecánica. Todas estas energías existen y están involucradas en los fenómenos biológicos. La dynamis es aquello que las organiza a todas en una tarea común, la esencia misma de la vida, y debe ser concebida como un principio, no como una energía. Las energías son mensurables, los principios no.
La dynamis es la que resiente el impacto de las fuerzas hostiles a la vida, y la que, una vez desarmonizada, determina los fenómenos propios de la enfermedad de la misma manera que en equilibrio determinaba los fenómenos propios de la salud; unos y otros se manifiestan, alterados o no, al hilo de las operaciones de las potencias y de la plasticidad de los órganos. Son los signos y los síntomas (o la ausencia de estos). La desarmonización de la dynamis es imperceptible en sí misma (ya que la dynamis lo es también) pero los efectos que esta desarmonización produce en el organismo se pueden percibir por los sentidos (del médico, del paciente o de las personas que lo rodean) y constituyen la totalidad del proceso  morboso, la totalidad de la enfermedad. En la enfermedad, los síntomas más importantes, los más próximos al desequilibrio de la dynamis, son las alteraciones de las sensaciones y de las funciones.
Las fuerzas hostiles a la vida son los miasmas, entidades contagiosas, que, siendo de una naturaleza tan sutil como la misma dynamis, pueden desequilibrarla. Los miasmas agudos son, por su propia naturaleza, efímeros y, si no acaban con la vida del paciente, la dynamis puede vencerlos y restituir al organismo al anterior estado de salud. Los miasmas crónicos, por el contrario, desequilibran al principio vital de forma permanente y, una vez que han invadido el organismo,  éste no tiene recursos para recuperar la salud. La edad y las distintas aflicciones de la existencia, así como la vida física o moralmente  insalubre o los tratamientos inadecuados agravan  los miasmas crónicos manifestándose en los fenómenos que la patología ordinaria conoce como entidades clínicas, las que finalmente, tras prolongados sufrimientos, acaban con la vida del hombre.
Pero este no es el verdadero fin de la existencia humana, no es el destino previsto para el hombre por la Providencia divina. Este fin, este destino, lo encontramos expresado en la obra de Hahnemann junto con la importancia que para su logro tiene el arte de curar.
3. El fin de la existencia.
El parágrafo 9 es probablemente el más citado de todo el Órganon. Resume magistralmente la visión hahnemanniana del proyecto humano. Pero además, este proyecto corresponde a un destino, a un mandato de la providencia tanto como a una vocación. He aquí como lo expresa:
Sin embargo, ¡oh hombre, cuan noble es tu origen, cuan grande tu destino, cuan elevado el fin de tu vida! ¿No estás destinado a aproximarte por sensaciones que aseguran tu felicidad, por acciones que elevan tu dignidad, por conocimientos que abarcan el universo, al gran espíritu que adoran los habitantes de todos los sistemas solares? (Esculape dans la balance, en Études de medécine homéopathique. Tome I, pp. 363-364.
4. La inferioridad biológica del hombre.
Para referirse a esta circunstancia del drama humano, Hahnemann recurre al texto de Platón repetido más tarde por Aristóteles, por Santo Tomás,y por el mismo Kant (hacia el que Hahnemann sentía una confesada admiración), que recoge así:
Considerado como animal, el hombre ha sido creado más desprovisto de recursos que todos los otros animales: No tiene armas para defenderse como el toro, ni agilidad para huir de sus enemigos como el ciervo; tampoco tiene alas o aletas; ni abrigo impenetrable a las agresiones del exterior como la tortuga(…) ni aguijón como la abeja, ni veneno en los dientes como la víbora. Está expuesto, desnudo y sin defensa, a todos los ataques de los enemigos de su especie(…) Está sujeto a un número mucho mayor de enfermedades que los animales ,los que además, tienen para resistir a los enemigos invisibles de la vida un arte innato igualmente invisible, un instinto del que él mismo está desprovisto. El hombre sólo abandona con dificultad las entrañas de su madre; sale de ellas desnudo, débil, sin defensa, privado de todo lo que podría hacer su existencia soportable, de todo aquello con lo que la naturaleza se ha mostrado pródiga incluso hacia el insecto que se arrastra en el polvo. (La medécine de la expérience, en Études de medécine homéopathique. Maloine. Paris, 1989. Tome I, pp. 285 y 286.)
5. La terapéutica como don de la Providencia.
En el pensamiento de Hahnemann siempre estuvo presente la idea de que Dios debería haber dispuesto una respuesta para en hombre en su indefensión, e incluso que la misma indefensión formaba parte de un plan divino más amplio…
¡Oh! No, el ser infinitamente bueno, cuando permitió a las enfermedades herir a sus hijos sabía que había depositado en alguna parte un arte por medio del cual estas potencias martirizantes podrían ser encadenadas y aniquiladas. Pongámonos pues tras la pista de este arte, el más noble de todos. Este arte salutario es posible; debe ser posible, incluso ya debe existir. (Esculape dans la balance, en Etudes de médecine homéopathique. Maloine, París. Tome I, p.364.)
¿Se trata de un mero anhelo, de un simple desvarío de la fantasía? Ciertamente no. Hahnemann pasa revista al desastroso panorama médico de su época y observa que, a pesar de todo hay casos de pacientes que se curan de sus graves enfermedades cuando el pronóstico más optimista le hubiese concedido apenas unos días de vida. De entre estos, descarta aquellos casos que considera como curaciones espontáneas en las enfermedades agudas (que atribuye más bien al abandono intuitivo por parte del enfermo de las brutales medicaciones alopáticas permitiendo así obrar a la fuerza vital), los casos en los que la curación no es tal sino simplemente un cambio de la enfermedad por otra más grave (supresión y metástasis) y los casos en los que la curación sobreviene por la potente acción revulsiva de un tratamiento brutal que obliga al organismo a reaccionar in extremis(curas heroicas). De estos casos dice con su humor característico: Semejantes curas se parecen bastante a los asesinatos; únicamente el resultado las sustrae al peso de la ley, y les presta incluso los colores de una buena acción.
Y aunque en estos casos reconoce que existe curación reflexiona así:
Este no puede ser de ninguna manera el arte divino que, al igual que el gran agente de la naturaleza, debe producir  los grandes efectos de una manera simple, suave e imperceptible, con los más pequeños medios. (Esculape dans la balance, en Etudes de médecine homéopathique. Maloine, París. Tome I, p.364.)
Pero, dejando a un lado los anteriores supuestos, aún quedan algunos en los que de manera misteriosa y sorprendente se produce una verdadera curación. ¿Qué ha ocurrido en estos casos?:
O bien lo que es raro, pero no obstante ocurre algunas veces como hacer una línea en la lotería, la curación se debe a que, entre los medicamentos que han sido prescritos en revoltijo, se encuentra uno apropiado al caso. (Esculape dans la balance, en Etudes de médecine homéopathique. Maloine, París. Tome I, p.377.)
Y esto, junto con la deficiente descripción de la enfermedad, hace imposible obtener de una tal curación enseñanza alguna de tipo universal. Sin embargo, si tales curaciones existen es que son posibles y si son posibles debe existir una ley que las regule, un método que las ponga a nuestro alcance. El arte de curar debe existir y es preciso buscarlo. Estos eran los planteamientos de Hahnemann, su punto de partida.
6. La terapéutica como recurso del intelecto humano. La búsqueda del método.
Pero si el arte de curar ha sido puesto por la Providencia, ¿qué lugar ocupa el hombre, el médico en todo esto?, ¿no sería lo adecuado que la Providencia, a través de los mecanismos de la naturaleza, se encargase de curar las enfermedades?
Pero no es esa la idea que Hahnemann tiene de los planes divinos ni del papel del hombre en el mundo. Su idea de la inferioridad del hombre se limita a la animalidad, considerando, lo que no es nuevo en la filosofía, que esa inferioridad, esa indeterminación biológica, es condición requerida para el desarrollo de las potencias superiores:
Pero la fuente eterna del amor no ha desheredado en el hombre más que la animalidad, a fin de dispensarle con más profusión esta chispa de la Divinidad, este espíritu que le hace encontrar con qué satisfacer todas sus necesidades (…) Corresponde a esta energía del espíritu humano descubrir los recursos que el padre de los hombres había dispuesto para desviar los males por los que el organismo delicado de sus hijos podría ser afectado.
Era preciso que los esfuerzos de los que el cuerpo era capaz por si mismo para alejar las enfermedades fuesen muy limitados a fin de que el espíritu humano experimentase más aun la necesidad de buscar auxilios más eficaces que aquellos que el Creador había juzgado oportuno poner en la simple organización. (La medécine de la expérience, en Études de medécine homéopathique. Maloine. Paris, 1989. Tome I, pp. 286 y 287.)
Este hombre hahnemanniano, que como se ha señalado sólo puede entenderse en su interacción con el mundo, ha sido creado biológicamente en precario, pero dotado de un espíritu, de una inteligencia, con la que debe enfrentarse a un mundo hostil, en el que Dios ha puesto, sin embargo, todo lo preciso para su mantenimiento, su disfrute y su salud. Ese mundo hostil constituye para Hahnemann un constante desafío:
Es así como él permite a todos los agentes naturales actuar sobre nosotros en nuestro detrimento, hasta que encontremos algo que nos ponga al abrigo de su influencia o que disminuya sus inconvenientes para nosotros.
También permite a la innumerable cohorte de enfermedades atacar nuestra organización delicada, trastornarla, ponerla en peligro de muerte y de destrucción, sabiendo que lo que hay de animal en nosotros es raramente capaz de alejar al enemigo, sin sufrir muchos de los esfuerzos que esta tarea le impone, o incluso sin sucumbir. Pero era necesario que las fuentes medicatrices del organismo abandonado a si mismo fuesen débiles, a fin de que nuestro espíritu se viese obligado a ejercer su noble prerrogativa en una circunstancia en la que se trata del más precioso de los bienes terrestres, la salud y la vida. (La medécine de la expérience, en Études de medécine homéopathique. Maloine. Paris, 1989. Tome I, pp. 287 y 288.)
Y en esta visión se involucra la acción, no ya de la naturaleza humana, sino del hombre, del espíritu humano, de la libertad…ese otro modo de hacerse las cosas. He aquí como lo expresa el  maestro de la Homeopatía:
El padre del género humano no quería que nosotros actuásemos como actúa la naturaleza; quería que hiciésemos más que la naturaleza orgánica, pero no de la misma manera, no con sus medios (…) él no permite que, a semejanza del organismo humano librado a si mismo, nos sirvamos del esfacelo para separar del cuerpo un miembro aplastado, sino que ha armado nuestra mano con un cuchillo acerado que opera la separación con menos dolores, menos fiebre y mucho menos peligro para la vida. No permite que nos sirvamos, como la naturaleza, de movimientos llamados crisis para curar una multitud de fiebres; ni está en nuestro poder imitar los sudores críticos, las orinas críticas, los abscesos críticos, las hemorragias nasales críticas; sino que, buscando bien, encontramos medios que nos permitan curar las fiebres más rápidamente de lo que lo hacen esas crisis, con más seguridad, más fácilmente y con menos dolores, con menos peligro para la vida, con menos sufrimientos consecutivos. (La medécine de la expérience, en Études de medécine homéopathique. Maloine. Paris, 1989. Tome I, pp. 288 y 289.)
Y después de esta afirmación del espíritu humano, de la inteligencia como instrumento privilegiado de la Divinidad para el cumplimiento del glorioso destino del hombre, Hahnemann expresa su asombro de que la medicina nunca haya vislumbrado la primacía del espíritu, de la libertad, en la salud humana:
Me sorprende pues que la medicina se haya elevado tan raramente por encima de la imitación de estos movimientos groseros, y es que ha creído en casi todos los tiempos que no tenía nada mejor que hacer para curar las enfermedades, que provocar también evacuaciones por el sudor, las deposiciones, los vómitos, las orinas, las sangrías o las úlceras artificiales. (La medécine de la expérience, en Études de medécine homéopathique. Maloine. Paris, 1989. Tome I, p. 289.)
Así, la tarea que Dios ha encomendado al hombre en cuanto médico no es imitar a la naturaleza, lo que no está a su alcance, sino descubrir un método propio para curar. Este método se inscribe en un plan más general:
Su voluntad era que perfeccionásemos nuestra  persona toda entera, por consecuencia también nuestro cuerpo y la curación de sus enfermedades. (La medécine de la expérience, en Études de medécine homéopathique. Maloine. Paris, 1989. Tome I, p. 289.)
Fuente: Homeopatía Online

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